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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

habían perdido el único medio <strong>de</strong> locomoción que tenían, consi<strong>de</strong>rando que se hallaban<br />

extraviados en la inmensidad <strong><strong>de</strong>l</strong> altiplano. “¡Dios bendito, tened misericordia <strong>de</strong><br />

nosotros!”, Eudolinda se refugió en los brazos <strong>de</strong> Antonio.<br />

--¿Del que en vida fuera...? –el anciano, sorprendido con la respuesta <strong>de</strong> Pedro.<br />

--Maestre <strong>de</strong> Campo Benito Cienfuentes –repitió Pedro.<br />

--¡Pardiez! ¡No me digáis que murió el Maestre y que su hija está aquí! –<br />

exclamó el anciano. El viento agitaba la lluvia con intermitentes ráfagas..<br />

--Sí, señoría, y ella está en lo que nos queda <strong><strong>de</strong>l</strong> coche –respondió Antonio,<br />

apartando a Eudolinda <strong>de</strong> la <strong>de</strong>primente visión <strong>de</strong> los caballos.<br />

--Traed a vuestra ama –dijo el hombre, volviéndose hacia el caballo malherido<br />

que se quejaba lastimeramente. Quiso retirarle la vara, pero el animal se estremeció <strong>de</strong><br />

dolor--. Al parecer tuvisteis un serio acci<strong>de</strong>nte –comentó--. Habrá que sacrificarlo,<br />

según veo tiene una herida muy profunda--, agregó, apuntando con su arma la cabeza<br />

<strong><strong>de</strong>l</strong> animal. Eudolinda cerró los ojos, tapándose los oídos con las manos; en tanto Pedro<br />

y Antonio corrieron en busca <strong>de</strong> Isabel. Tronó el disparo con un fogonazo que esparció<br />

su estela <strong>de</strong> pólvora en la noche. “¡Oh, las noches con sus bor<strong>de</strong>s consagrados al<br />

silencio!” Entonces: “¡Padre!”, aparecieron en la puerta tres mujeres jóvenes, alarmadas<br />

por la <strong>de</strong>tonación. “No es nada, no es nada”, les tranquilizó el anciano. Una cuarta<br />

mujer, que era su esposa, asomó el rostro por la ventana, llamando a las muchachas para<br />

que ingresaran en la casa. Eudolinda las miró, confundida y nerviosa; luego se dirigió<br />

al anciano, limitándose a preguntar:<br />

--¿Vuestra señoría conocía al Maestre?<br />

El anciano no le prestó atención, sino que se volvió rápidamente hacia la puerta<br />

e hizo una enérgica señal a las muchachas para que se metieran en la casa; esa salida,<br />

Página 95 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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