Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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estante y con el candelabro en alto, se retiró a la celda que ocupara el padre Aldana. En
su cabeza aún rebullían los versos de la oda de Fray Luis:
“Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado”:
--o--
Goyeneche montó en su caballo. Lentamente sus hombres empezaron a
deslizarse hacia la otra orilla del Desaguadero; aunque no era muy religioso, recibió con
agrado la bendición de los capellanes. Sus estandartes hondeaban como fantasmas que
se colgaban sobre la cabeza de los oficiales que los conducían, especialmente aquel
que era muy celebrado por sus calaveras y huesos humanos. Ocho mil hombres
marchaban, confiados en sorprender al enemigo. A pesar de los gruesos guantes de lana
y cuero con los que se abrigaban, el frío altiplánico hacía que constantemente se
llevaran las manos a la boca para recibir el calor de su aliento, espolvoreando el aire con
el vapor que exhalaban.
“Quedaron solos en la batalla horrenda teucros y aqueos, que se arrojaron
broncíneas lanzas; y la pelea se extendía, acá y acullá de la llanura, entre las
corrientes del Simois y del Janto”.
Junto a Goyeneche marchaba el joven alférez Andrés de Santa Cruz, para quien
sería su primera batalla importante. Todo lo que deseaba era no defraudar a su padre, el
Página 135 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero