Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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partir de la fecha, durante el lapso de tres días, todo ciudadano que tuviera más de una
mula dispusiera de aquellas que requiriera el ejército auxiliar hasta reunir la cantidad de
400, con el propósito de trasladar los pertrechos de guerra y los fondos estratégicos que
serían puestos a buen recaudo, para evitar que cayeran en manos enemigas, teniendo en
cuenta que esas fuerzas ya se hallaban en camino. Los que incumplieran con las
mencionadas disposiciones serían pasibles a sanciones propias de un estado de guerra,
pudiendo inclusive afrontar la pena capital, sin importar su rango o carácter, ni su sexo
o condición social, siendo considerados contrarios a la liberación de esas provincias.
Así, Pueyrredón empezó a reunir las mulas que precisaba; al cabo del primer día ya
tenía 90. Sin embargo, en tal circunstancia no sólo tuvo que preocuparse por la forma
de cómo iba a abandonar esa villa, sino que también debía dictar sentencia sobre los
curas que habían sido hallados culpables de ser los principales promotores de la
matanza del 5 de agosto, y que ya se encontraban en prisión, esperando que ese jefe
militar los mandara a fusilar o, lo que era más probable, los desterrara de la ciudad. En
consecuencia, Pueyrredón optó por el destierro. El oficial que debía conducirlos a la
Recoleta de La Paz, apellidado Lagosta, no podía ser encontrado por ningún lado.
Finalmente, cuando se buscaba un sustituto para ejecutar dicha misión, el oficial fue
ubicado en el socavón de los carismáticos. A duras penas fue convencido para cumplir
con esa misión, con la promesa de que sus viáticos le serían duplicados por cada día de
viaje. Total que en esas circunstancias, Pueyrredón estaba dispuesto a prometer de todo,
habida cuenta de que muy pronto estaría camino de Buenos Aires.
Página 228 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero