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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

abrir la herida, limpiarla; pue<strong>de</strong>n haber astillas <strong>de</strong> huesos...” “¡La puta madre! ¡Y vos<br />

para qué servís, entonces!”, farfulló el enfermo, fuera <strong>de</strong> sí. “No soy cirujano”, le<br />

respondió el médico, “soy físico”. Si bien los heridos <strong>de</strong> la contienda tenían atención<br />

preferente en el hospital, ellos, Mariano Ventura y Juan Altamirano, no podían acudir a<br />

ese centro, teniendo en cuenta que eran consi<strong>de</strong>rados como los principales responsables<br />

<strong>de</strong> la masacre <strong>de</strong> esos días; así pues, no sabían qué hacer, especialmente Altamirano que<br />

sólo vivía sorbiendo líquidos. “Doctor...”: Mariano. “Ya os dije, no puedo hacer nada;<br />

ahí hay una infección, <strong>de</strong> don<strong>de</strong> es necesario sacar el pus y limpiar todo”: el médico.<br />

“¿Conocéis a algún cirujano?”: Altamirano. “Sí, pero el equipo <strong>de</strong> trabajo está en el<br />

hospital”. Todos los recursos se les hacían inaccesibles; sin embargo, Mariano recordó<br />

que en su niñez sus amos solían acudir al servicio <strong>de</strong> unos curan<strong>de</strong>ros indígenas,<br />

conocidos con el nombre <strong>de</strong> “callawayas”; éstos, casi siempre estaban en los poblados<br />

más alejados o en las afueras <strong>de</strong> la ciudad. A pesar <strong>de</strong> que sabían que dar con ellos no<br />

sería nada fácil, se pusieron en camino esperando encontrar a alguna persona que les<br />

sirviera <strong>de</strong> contacto o tan sólo les facilitara la tarea <strong>de</strong> ubicarlos. Todos les <strong>de</strong>cían que<br />

sus activida<strong>de</strong>s eran realizadas en forma clan<strong>de</strong>stina, pues varias veces habían sido<br />

acusados <strong>de</strong> brujos y hechiceros por los inquisidores. Con todo, se encaminaron, casi al<br />

azar, a extramuros, en busca <strong>de</strong> los rancheríos indígenas.<br />

La noche era más cerrada y oscura en los miserables suburbios <strong>de</strong> la villa, don<strong>de</strong><br />

los mineros pobres habían levantado sus campamentos, al rescate <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sechos que se<br />

acumulaban en las colas y <strong>de</strong>smontes <strong>de</strong> esa zona, zona <strong>de</strong> exclusión que también era un<br />

basural. En interminables ca<strong>de</strong>nas, esas cumbres <strong>de</strong>scansaban en el infinito horizonte,<br />

disueltas en la vaciedad <strong>de</strong> las sombras, pero reencontradas al contacto <strong>de</strong> los pasos que<br />

las transitaban; al amanecer, el sol <strong><strong>de</strong>l</strong> día las mostraría con todo su esplendor. Ellos,<br />

Página 223 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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