Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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ningún consejero en quien fiarse, Castelli pensaba que tal vez podría pasar por Tarija,
antes de internarse en el territorio de las provincias argentinas; aunque también era
probable que las fuerzas que comandaba Pío Tristán estuvieran por ahí cerca; de modo
que su marcha debía ser cautelosa, con avanzadas que no siempre tenían la certeza de
saber hacia dónde quería dirigirse su jefe. “¡Oh, la suerte de los vencidos!”, suspiró
Castelli. “Linet, mi Linet querida, ¿a quién abrazas ahora?” Aparte de la ruta a seguir,
lo que a Castelli verdaderamente le preocupaba era la reacción de la Junta de Buenos
Aires, sobre todo a raíz de los sangrientos sucesos de Potosí. “¡Ah, Pueyrredón, en qué
líos me has metido!” Ahora la plata y el oro de la Casa de la Moneda no podrían ser
sacados tan fácilmente como se había previsto antes de su marcha triunfal hacia el
Desaguadero, contando en dicha oportunidad con la ayuda de los miembros del Cabildo,
que estaban de acuerdo en hacer que esos caudales fueran destinados a solventar la
causa independentista.
Ya en la cuesta de Sama, desde donde se divisaba el valle tarijeño, Castelli no
dejaba de pensar en que iba a ser destituido de su cargo de representante de la Junta de
Buenos Aires, y que ello implicaba que sería sometido a un juicio de responsabilidades,
para lo cual, entonces, él debía reunir todas las pruebas que pudieran servirle de
descargo. Ojalá que ese pálpito no se le cumpliera, teniendo en cuenta que el
responsable de las acciones militares era Balcarce; sin embargo, a la luz de los
acontecimientos que se suscitaban en esos días --emergentes de su derrota en Guaqui--,
todo hecho de sangre terminaba por incriminarlo como directo responsable, si no de
los asaltos y robos que se cometían a diario en esas provincias, de los asesinatos en los
que de un modo general aparecían inculpados los hombres que habían formado parte
de su ejército.
Página 210 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero