Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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--Pero está muerto –repitió la monja--. Más bien veamos vuestra herida –,
prosiguió, tomando el brazo sangrante del zambo.
la monja.
--No creo que sea nada serio –dijo el zambo, intentando esquivar el contacto de
--¡Vamos! No va a doleros más de lo que ya soportasteis. Semejantes coágulos
no son de poca cosa –insistió la monja.
Con unas tijeras cortó la manga empapada en sangre; tan pronto como
desprendió la tela de la herida, ésta empezó a sangrar.
--Al parecer es profunda --dijo la monja, limpiando la herida —os abrieron un
tremendo boquete, habrá que coser, pero es mejor que antes la examine el médico—
concluyó, aplicándole un torniquete para contener la hemorragia.
--Gracias –le dijo el zambo, mirando el cuerpo rígido de Mariano.
--Bueno, hacemos lo que podemos –repuso la monja, antes de salir.
--Mariano... Mariano --El zambo se puso de rodillas al pie de la cama, oraba
como había aprendido a hacerlo con los carismáticos. Oraba, pidiendo en nombre de
Cristo Jesús, que Mariano hubiera podido salvar su alma antes de morir, arrepintiéndose
de sus culpas. La herida le continuaba sangrando. Cuando ingresó el doctor Mendiola,
seguido por la monja, el zambo se puso de pie. El médico se acercó al cuerpo de
Mariano, le levantó los párpados y
--Este hace rato que no va más –dijo, con un resoplido de fatiga--. Habrá que
sacarlo de aquí.
--Doctor... doctor, lo sepultaré como corresponde, pero todavía no puedo
llevármelo –dijo el zambo, con voz trémula.
Página 275 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero