Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:
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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />
sí, me arrepiento!”, chilló a más no po<strong>de</strong>r Altamirano, sintiéndose abrumado por el<br />
dolor que tampoco era mitigado por las voces <strong><strong>de</strong>l</strong> coro; <strong><strong>de</strong>l</strong> coro que inundaba con sus<br />
arpegios piadosos la caverna. “¡Me arrepiento!”, dijo sometido al fin por el peso <strong>de</strong> las<br />
manos <strong><strong>de</strong>l</strong> maestro. “¡Me arrepiento! ¡Juro que me arrepiento!”, la voz ronca y<br />
balbuciente <strong>de</strong> Altamirano se diluyó en medio <strong>de</strong> muchas otras voces, solemnes y<br />
sonoras, que se elevaban a las alturas. “¡No puedo más, no puedo más!”, repetía<br />
sudoroso el mestizo, con los ojos cerrados. “¡Tienes que ser más sincero, terrible<br />
pecador!”: el maestro le recriminaba, sintiendo que su cabeza ardía al contacto <strong>de</strong> sus<br />
manos. El coro vibraba en los recodos <strong><strong>de</strong>l</strong> socavón. “¡Señor, ten piedad <strong>de</strong> nosotros!”,<br />
suplicaba el maestro, portador <strong><strong>de</strong>l</strong> verbo que en ese momento surcaba el ámbito húmedo<br />
<strong>de</strong> las galerías; suplicaba con serenidad y firmeza, en pos <strong>de</strong> la divina misericordia que<br />
ahora sí cauterizaba las heridas <strong><strong>de</strong>l</strong> enfermo. “¡Oh, Padre amado, gracias en nombre <strong>de</strong><br />
Cristo Jesús!”: el maestro había sentido el alivio que buscaba para ese terrible pecador;<br />
inclusive su jaqueca había <strong>de</strong>saparecido. “¡Gracias!”, lágrimas <strong>de</strong> felicidad brotaban <strong>de</strong><br />
sus ojos. Juan Altamirano sentía como si el rocío le hume<strong>de</strong>ciera la cabeza; su afilada<br />
uña se había incrustado en la otra mano --pues las tenía unidas, apretadas las palmas--,<br />
hasta resquebrajarse. Ya no había dolor. La presión <strong>de</strong> las manos <strong><strong>de</strong>l</strong> maestro le había<br />
aliviado el dolor, en la cabeza, en la frente, en las manos; en la mandíbula que ahora<br />
podía abrir y cerrar sin dificultad; por fin se sentía libre <strong><strong>de</strong>l</strong> mortificante dogal que le<br />
impidiera comer y hablar.<br />
manos.<br />
--Levántate --le dijo el maestro--, y da gracias a Dios.<br />
--¿A Dios? A vuestra <strong>de</strong>streza, diréis maestro– exclamó Juan, besándole las<br />
--¡No, no, insensato! Es Dios quién te alivió. Ahora no peques más.<br />
Página 235 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero