Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:
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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />
pagaría por sus favores con pesos en oro. Cuando por fin ingresamos, el olor <strong>de</strong> la<br />
chicha fermentada era insoportable. En la cocina hervían unas enormes ollas <strong>de</strong> barro.<br />
Dos muchachos asustadizos atizaban el fuego y removían el contenido <strong>de</strong> las ollas.<br />
Tenían los rostros tiznados; tan flacos estaban que parecían dos espectros”. Hubo un<br />
momento <strong>de</strong> consternación al entrecortarse la voz <strong>de</strong> Eudolinda. “Y yo... yo estaba ahí,<br />
junto a ellos, perdida, soportando los manoseos <strong>de</strong> Mariano que me tomaba <strong>de</strong> la<br />
cintura, me pellizcaba y recorría sus <strong>de</strong>dos por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> mi talle. ¡Oh, Dios!... Me<br />
miraba... No sé, parecía ebrio <strong>de</strong>... “De chicha”, le interrumpió Elvira. “No”, Eudolinda<br />
no se animaba a <strong>de</strong>cirles “<strong>de</strong> lujuria”, y prosiguió con: Dijo que me llevaría lejos, como<br />
su mujer. Sentía <strong>de</strong>sfallecer mi cuerpo. De pronto Altamirano lanzó un quejido furioso.<br />
Ya no podía soportar el dolor <strong>de</strong> la mandíbula, ni siquiera podía tragar la saliva.<br />
Mal<strong>de</strong>cía a Antonio, diciendo que lo buscaría y acabaría con su vida. “Mi amor, ven por<br />
aquí”, Mariano me condujo a un aposento don<strong>de</strong> habían dos camas y varias polleras.<br />
Les había pagado a las hermanas para que nos <strong>de</strong>jaran solos, pero el mestizo no podía<br />
más con el dolor y se apareció cuando Mariano intentaba <strong>de</strong>snudarme. “¡No puedo<br />
más!”, gritaba el mestizo. Mariano, <strong>de</strong>sconcertado con su presencia, sólo atinó a<br />
suplicarle pidiéndole unos minutos para estar conmigo. “Luego tú también podrás<br />
disfrutarla”, le <strong>de</strong>cía, “y verás que el gusto te quitará el dolor”. Se apagó la voz <strong>de</strong><br />
Eudolinda. No podía seguir. No podía <strong>de</strong>cirles que ese hombre había gritado: “¡Carajo,<br />
no puedo ni comer y tú me ofreces follar!” “¡Ya, ya, está bien; vamos!”, entonces<br />
Mariano retrocedió, miró a la muchacha y, antes <strong>de</strong> salir, le agarró el rostro con ambas<br />
manos, intentado estamparle un beso en la boca. Eudolinda retrocedió, asqueada, en<br />
procura <strong>de</strong> eludir la hirsuta arremetida <strong>de</strong> esos labios. “Para que me consuele hasta la<br />
vuelta”, le susurraba Mariano: “un piquito, nada más un piquito”. Eudolinda sentía el<br />
aliento agridulce en la mejilla, en las comisuras y “Adiós, mi reina”, le había dicho ese<br />
Página 221 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero