Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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--¿Y en nombre del rey vais a ejecutar a tres de sus más fieles servidores,
obedeciendo a Castelli? –el padre, buscando ver mejor a los otros guardias que lo
acompañaban. “Al parecer éste tampoco tiene rasgos mestizos”. Los guardias
permanecían impertérritos, esperando la salida de los comisionados. “Bien se ve que
este bastardo ha venido a algo más que confesar a los reos”: Mariano, seguro de que
el sacerdote había reconocido la sortija que llevaba.
“Sí, sí, señor, esta joya es del Maestre, pero no la tendréis jamás”, Mariano
flexionaba los dedos como un gimnasta que se alista para un salto de barra, para así
desentumecer sus articulaciones o darles más calor, sintiendo el peso del anillo en cada
movimiento, hasta que de pronto otra mano, enguantada, lo apartó suavemente por el
hombro, para dar paso al oficial que en ese instante había abierto la puerta; era alto y
delgado, de rostro cetrino, y también venía con los comisionados, el mismo que dijo:
--No sólo es cuestión de nuestro doctor Castelli, sino de la Junta de Buenos
Aires. Lo que sí sabemos es que los reos no estaban con su majestad el rey Don
Fernando. Ellos actuaban en complicidad con el sanguinario Goyeneche, a favor de los
carlotistas.
--¿Con Goyeneche? ¡Por Dios, que estáis muy confundidos! –exclamó el padre
Aldana, recordando que en el Obispado habían comentado las inclinaciones carlotistas
de Castelli.
Por la puerta abierta de la celda fueron apareciendo, espectralmente iluminados
por los candiles, con los ceños adustos y las miradas retraídas, los emisarios de Castelli:
el capitán de húsares, Máximo Zamudio, que además era su ayudante de campo; el
Página 37 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero