Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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sensación de miedo e incertidumbre. Se había desatado un tiempo de lobos, sin justicia
ni aprecio por la vida. Sabía que a partir de entonces su existencia cobraba otro sentido.
Con la trágica muerte de su padre, había pensado que todo acababa para ella; pero ahora
le latía un hijo en las entrañas, lamentablemente alimentado con la desazón y la angustia
de esos días; y lo peor era que no sabía qué hacer, más aún teniendo a Andrés, su
esposo, tan lejos, en Buenos Aires, ocupado en la adquisición de mercadería para el
almacén que compartiera con su difunto padre. Sentía que su maternidad no sería nada
fácil, más aún con la responsabilidad de hacer frente a los compromisos económicos
asumidos por el Maestre. Y lo peor era que las nuevas autoridades consideraban que su
padre había estado comprometido con la política del Presidente Nieto y de Paula Sanz,
Gobernador Intendente al que, después de todo, la mayoría de los potosinos aún
recordaba con aprecio.
Esa tarde de diciembre --de inusitado calor para esa región--, con pocos
nubarrones de lluvia intermitente y postergada --al igual que en años anteriores en los
que el agua había sido escasa y la sequía abundante--, Isabel se la pasó en oración con
las monjitas del monasterio de Santa Teresa. Precisamente ahí, en ese monacal refugio,
donde descansaban los restos de su padre, también fue sepultado, luego de su ejecución,
el Gobernador Intendente Francisco de Paula Sanz. Isabel, recordando la amistad que
unía a su padre con el Gobernador, presentía más dolor y dificultades para su familia; y
por ello había acudido a las hermanas del convento, en demanda de oración. Sabía que
los asesinos de Don Benito, el Maestre, se habían incorporado al ejército de los porteños
y que el último en hacerlo, luego de haber sido puesto en libertad, fue el zambo
Francisco. La madre Engracia, superiora del convento, le aconsejaba insistir hasta
obtener una entrevista con Castelli, aunque como decía Isabel esto parecía inútil, pues
Página 55 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero