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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

las muchachas lo veían, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la muerte <strong><strong>de</strong>l</strong> Maestre, les parecía otra persona, en<br />

sus a<strong>de</strong>manes y en el trato con el que las recibió. Como siempre, la galería resplan<strong>de</strong>cía<br />

con las antorchas, las velas y las voces que entonaban cánticos <strong>de</strong> bienvenida a los<br />

recién llegados.<br />

--Elvira, hemos orado por ti y por Constancio –le dijo el zambo a la mujer que<br />

miraba por todos lados, nerviosa ante el inminente encuentro con su esposo. – Al<br />

parecer Constancio todavía no ha bajado; <strong>de</strong>be estar en el otro socavón, más arriba. Él<br />

no sabe que estás aquí; no te alarmes si no te ve; ha perdido la vista.<br />

--¡Oh, Dios! –Elvira, compungida, prorrumpió en llanto.<br />

--Pienso que tú pue<strong>de</strong>s ayudarle a superar ese trance –el zambo la tranquilizaba,<br />

confiado en la presencia <strong>de</strong> Elvira. –Sólo sigue los impulsos <strong>de</strong> tu corazón. Ven, creo<br />

que es mejor que te conduzca al lugar dón<strong>de</strong> él está; –luego, dirigiéndose a Eudolinda,<br />

le dijo-- por favor ingresa con los muchachos en la gruta, pronto estaré con vosotros.<br />

Constancio se estremeció. Había sentido las pisadas leves, nerviosas, <strong>de</strong> una<br />

mujer; en la oscuridad <strong>de</strong> esa galería a él le bastaban sus oídos para i<strong>de</strong>ntificar a las<br />

personas. Elvira se iluminaba con el candil que le había proporcionado el zambo.<br />

Entonces, allí, sombra <strong>de</strong> otras sombras, Constancio se incorporó <strong>de</strong> entre los cueros <strong>de</strong><br />

llama que le servían <strong>de</strong> lecho. Los <strong><strong>de</strong>l</strong>icados pasos <strong>de</strong> Elvira se le hacían claramente<br />

perceptibles. Se puso <strong>de</strong> pie, los ojos abiertos al vacío. Sabía que ella estaba cerca, cada<br />

vez más cerca; sabía que había llegado el momento <strong>de</strong> la confrontación. Sabía que esos<br />

pasos eran <strong>de</strong> su mujer, <strong>de</strong> quien le había estado hablando constantemente el zambo;<br />

por eso dijo: “¿Elvira, qué haces aquí?”. Su voz, ronca, emocionada, <strong>de</strong>tuvo el andar <strong>de</strong><br />

Página 241 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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