Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:
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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />
siguiendo en su travesía. Cuando por fin pudo ponerse <strong>de</strong> pie, vértigo en las sombras,<br />
Isabel sintió un súbito mareo y se <strong>de</strong>splomó, cayendo pesadamente contra el suelo<br />
enlodado. El agua le salpicó en el rostro. Quiso gritar, pero se hallaba sin aliento. “¡Oh,<br />
Dios!”, en eso, los brazos <strong>de</strong> Antonio y Eudolinda la levantaron, susurrándole palabras<br />
<strong>de</strong> consuelo, para acomodarla en lo que había quedado <strong><strong>de</strong>l</strong> carro. “¿Os encontráis bien,<br />
mi ama?”, la voz angustiada --apenas perceptible por las ráfagas <strong>de</strong> viento-- <strong>de</strong><br />
Eudolinda. “¡Ay, no sé!”, Isabel. “¿Os duele algo?”, Antonio. “No, no... Es otro dolor,<br />
otro dolor”, Isabel cerró los ojos, aferrada a las manos <strong>de</strong> Eudolinda. “¡Qué os pasa, mi<br />
ama!”, exclamó Eudolinda. “No, no es nada físico... es que siento que algo terrible<br />
interfiere nuestro viaje”, Isabel, protegiéndose instintivamente el vientre con las manos.<br />
“¿Pero, qué o quién?” Eudolinda, escrutando en la noche y en el rostro mojado <strong>de</strong> su<br />
ama. “¿Quién?”Sólo las sombras crecían con envolvente sigilo, cada vez más<br />
<strong>de</strong>scomunales y misteriosas. “Ojalá lo supiera”, Isabel, temblorosa, empezaba a ja<strong>de</strong>ar,<br />
a punto <strong>de</strong> lanzar el llanto contenido. “Ojalá”, buscaba <strong>de</strong> nuevo las manos <strong>de</strong><br />
Eudolinda, quien al percibir el <strong>de</strong>sfalleciente resuello <strong>de</strong> su ama: “¡Antonio, por favor,<br />
no sé qué tiene!”, gritó. “No es nada. No os preocupéis, estoy bien”, les tranquilizó<br />
Isabel. “Yo la voy a cuidar, entre tanto sería bueno que buscaras ayuda en la casona”,<br />
dijo Antonio, limpiando con una mano la frente mojada <strong>de</strong> Isabel. Afortunadamente no<br />
tenía fiebre, pero sí escalofríos. Buscó unas cobijas. Eudolinda continuaba parada ahí,<br />
observándolos, in<strong>de</strong>cisa. “¡Date prisa, por Dios!”, le gritó Antonio. Eudolinda, a tientas,<br />
partió hacia la perfilada sombra <strong>de</strong> la casona. “Ama, reposad aquí, en tanto procuraré<br />
ubicar a Pedro”, dijo Antonio, acomodándola en el carro, y una lluvia intermitente lo<br />
recibió ahí fuera. “¡Los muchachos están en peligro!”, se sobresaltó Isabel; palpó el<br />
contorno y, al sentir que se hallaba sola en el <strong>de</strong>strozado carruaje, apartó las frazadas y<br />
se puso <strong>de</strong> pie con dificultad; “¡Los muchachos!”, dio unos pasos con el brazo<br />
Página 86 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero