Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:
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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />
se alborotaba con estruendosos refucilos que laceraban la oscuridad. “¿Un lobo?”,<br />
Antonio escuchó que Gory gruñía por un costado, todavía dispuesto a abalanzarse sobre<br />
ellos; daba vueltas, amedrentado por los truenos. “¡Es un perro!”, dijo Antonio, al<br />
verlo a la luz <strong>de</strong> un relámpago. Pero el animal continuaba ahí, gruñendo; la pelambre<br />
mojada se le levantaba como erizadas púas; bajo el hocico fruncido brillaban sus<br />
afilados colmillos; “¡Es un perro!”, Isabel, con los ojos llorosos. “Un perro”. Gory, en<br />
ese momento, gruñía y ladraba, comprendiendo que no podía atacar a esos humanos;<br />
sin embargo todavía amenazaba, siempre gruñendo, como si fuera a lanzarse sobre<br />
ellos, pero ése no era su territorio. Antonio, atento a los movimientos <strong><strong>de</strong>l</strong> animal, hizo<br />
a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> recoger una piedra y arrojarla. Las gotas <strong>de</strong> agua empezaron a caer <strong>de</strong> nuevo,<br />
junto al granizo que rebotaba. El perro, al sentir el impacto <strong>de</strong> esos diminutos<br />
proyectiles, dio media vuelta y <strong>de</strong>sapareció entre las sombras. Isabel estaba convencida<br />
<strong>de</strong> que ese perro volvería a atacarlos en cualquier instante. “No quiere que retornemos<br />
a casa”, musitó, consternada. “No ama, no; ya todo ha pasado”, Antonio, tratando <strong>de</strong><br />
consolarla; sin embargo, en medio <strong>de</strong> las ráfagas <strong>de</strong> lluvia que eran impulsadas por el<br />
viento, la sombra <strong>de</strong> Gory continuaba por ahí. “No pue<strong>de</strong> ser, es el viento que agita los<br />
arbustos”; aunque también era probable que el perro estuviera tras los caballos. “Es un<br />
perro hambriento, porque si fuera rabioso ya nos hubiera atacado”, Antonio,<br />
procuraba distinguir con la vista las sombras que se movían. No había nada más que los<br />
arbustos impactados por la lluvia y el granizo que cesaba, barrido por el viento. Se diría<br />
que el animal esperaba otro momento u otra presa más fácil, así que Antonio se<br />
<strong>de</strong>splazó al lugar don<strong>de</strong> podía estar Eudolinda, quien procuraba ubicar el portón <strong>de</strong> la<br />
casona.<br />
Página 88 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero