Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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sudorosos, que estiraban las bridas de varios caballos –más de los que ellos pudieran
montar-- y una vaca lechera.
--¡Hey, Juan, aquí estamos! –decía Mariano, quedando perplejo el resto de los
componentes del escuadrón. Bermúdez envainó la espada y nadie tuvo que disparar,
pues Juan Altamirano, desde abajo, les saludaba con los brazos en alto.
--¡Qué pasa ahí arriba! –preguntó Balcarce.
--Son hombres que se están uniendo a nuestras tropas –le respondió Bermúdez.
Castelli salió de su toldo, intrigado por los gritos que oía. “¿Son hombres
nuestros?”, preguntó. “No, no, pero están con nuestra causa”, le respondió alguien.
“Entonces son nuestros”, dijo Castelli, volviendo a ingresar en su refugio para guardar
sus papeles.
Diez de la noche, miércoles 26 de diciembre, 1810:
Cuando se abrió la puerta, dejando escapar un as de luz, fue como si el sol
iluminara el crepúsculo de la puna luego de una crucial tormenta. Bajo el dintel se
dibujó la alargada silueta de un anciano; en la mano derecha llevaba un farol encendido
y, en la otra, una pistola antigua, a pedernal. Se acercó a los caballos que yacían
Página 93 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero