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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

sable en alto, y también <strong>de</strong> Juan, a quien siempre procuraba tener al frente. “Dios os<br />

ama, a pesar <strong>de</strong> todo”, les <strong>de</strong>cía, evitando las arremetidas con los mandobles en cruz <strong>de</strong><br />

Juan Altamirano y los brincos <strong>de</strong> Mariano que se había ubicado a su costado izquierdo.<br />

“¡Y yo también, y no podréis cambiar lo que siento por vosotros!”, su voz sonaba<br />

cansada, cuando <strong>de</strong> pronto un dolor profundo le paralizó el brazo. El sable <strong>de</strong> Mariano<br />

había penetrado en su cuerpo, casi a la altura <strong><strong>de</strong>l</strong> hombro. El acerado golpe parecía<br />

rebanarle el brazo cuando Mariano arrancó el sable y, estando a su merced, en el<br />

momento en que se lo iba a ensartar <strong>de</strong> nuevo, esta vez en el tórax, el zambo cayó <strong>de</strong><br />

rodillas, llevándose la mano a la herida que sangraba profusamente. “¡Ya, remátalo!”,<br />

le gritó Juan Altamirano. “¡Remátalo!” La punta <strong><strong>de</strong>l</strong> arma se dirigía a la yugular que<br />

palpitaba, surcada por brillantes hilillos <strong>de</strong> sudor.<br />

--Mariano, tú no tienes intención <strong>de</strong> matarme. Pudiste haberlo hecho <strong>de</strong>s<strong>de</strong> un<br />

comienzo. No olvi<strong>de</strong>s que siempre que lo busques Dios sabrá perdonarte, así como<br />

también yo lo hago --el zambo habló, con voz pausada, dispuesto a enfrentar ese trance<br />

con serenidad.<br />

--¿Qué dice? ¡Mátalo, <strong>de</strong> una vez! –chilló Juan Altamirano, a sus espaldas.<br />

¡Por qué no se movía el esclavo? De rodillas, con el brazo ensangrentado, se<br />

diría que su cuerpo se había paralizado, quedando como un bloque <strong>de</strong> granito que<br />

todavía les obstruía el paso. Ya no hablaba, quizá porque creía que la voz había fallado;<br />

que las palabras se habían disuelto en el aire frío <strong>de</strong> esa trágica mañana que hedía a<br />

sudor y sangre. A muerte. La Parca sonreía, triunfante, ahí, en ese sitio, don<strong>de</strong> las<br />

filudas espadas pudieron más que la voz, más que su contenido. Inmóvil, el esclavo<br />

oraba. ¿Oraba? Sí, lo hacía, esperando la estocada final.<br />

Página 268 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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