Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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Finalmente, como no se manifestaban los milagros ni los prodigios que
acabaran con sus dolencias, poco a poco la gente se fue retirando del socavón. Abajo, la
villa celebraba la presencia del vencedor de Guaqui; en tanto tú, zambo esclavo, todavía
orabas y ayunabas, pidiendo una señal que te indicara el camino a seguir, hasta que una
mañana, decidiste cambiar de actitud y, al abrir los ojos, descubriste en la entrada la
inconfundible silueta del Alguacil junto a sus hombres. ¡Oh, justicia implacable! La ley
venía a tu encuentro. “Gracias, Señor”, dijiste, dando por concluido tu ayuno.
Viernes 13 de septiembre:
Cuando el general Goyeneche ingresó por las estrechas, sinuosas y polvorientas
calles de la Villa Imperial, triunfante a la cabeza de sus tropas, el pueblo se había
volcado a lo largo de su trayecto, recibiéndolo con inusitadas muestras de júbilo. Las
nuevas autoridades le habían levantado un gran arco de triunfo en el lugar donde se
hallaba la pila de San Roque, para darle allí la bienvenida con rimbombantes arengas
recitadas en tono declamatorio; unos pasos más allá, se alzaba otra espléndida portada -
-muy propia de los escenarios teatrales de Calderón de la Barca--, donde habían
mandado pintar árboles y flores exóticas que no se veían por esas tierras altas y frías.
Todo ese ambiente se hallaba saturado de banderolas e inscripciones en verso y prosa
que saludaban al héroe. En el centro de ese paisaje habían colocado una puerta cerrada
que el valeroso general fue invitado a abrir con una llave de oro, la misma que le fue
entregada en bandeja de plata. Una vez abierta la entrada, atronaron las salvas de
artillería, los aplausos y vivas, en tanto repicaban las campanas de todos los templos; el
héroe fue conducido a la casa de Jullá, donde se le había preparado un suntuoso
Página 291 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero