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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

la XII oda <strong>de</strong> Fray Luis <strong>de</strong> León: “Noche Serena”, sin que aún llegara el sueño a rendir<br />

su cuerpo. Esos muros no sólo eran para él un refugio <strong><strong>de</strong>l</strong> dolor que lo agobiaba --quería<br />

huir <strong><strong>de</strong>l</strong> mundo, especialmente <strong><strong>de</strong>l</strong> ejército <strong>de</strong> Castelli, don<strong>de</strong> probablemente ya se lo<br />

consi<strong>de</strong>raba uno más <strong>de</strong> los <strong>de</strong>sertores que a diario se pasaban al bando enemigo o<br />

retornaban a sus hogares--, sino que tras ellos se sentía más cerca <strong>de</strong> todos los seres que<br />

había amado, especialmente <strong><strong>de</strong>l</strong> Maestre, cuya muerte <strong>de</strong>bía purgar, soportando ese<br />

persistente sentimiento <strong>de</strong> culpa. La conciencia <strong>de</strong> su inconciencia, como si ella –la<br />

conciencia— fuera la única vía <strong>de</strong> expiación <strong>de</strong> su caída. ¿Oh, Dios!, culpa<br />

inmisericor<strong>de</strong>, siempre presente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muerte <strong><strong>de</strong>l</strong> Maestre; día que pasaba la percibía<br />

como parte <strong>de</strong> su ser, sin que pudiera liberarse <strong>de</strong> la tortura que seguro estaba le seguiría<br />

hasta el fin <strong>de</strong> sus días. En medio <strong>de</strong> su <strong>de</strong>sdicha, el esclavo fugitivo sentía que el<br />

bálsamo <strong>de</strong> los versos <strong>de</strong> Fray Luis <strong>de</strong> León lo llevaba a evocar los gratos momentos<br />

que había pasado junto a Eudolinda. Recordaba cómo ella le pedía que volviera a leer<br />

esa oda. “¡Oh, mi dulce amada!” A<strong>de</strong>más también sentía que se hallaba junto a él la<br />

gratificante figura <strong><strong>de</strong>l</strong> padre Aldana. “Gracias, Señor”, se <strong>de</strong>cía, “por habértelo<br />

recogido luego <strong>de</strong> ben<strong>de</strong>cirme con su perdón”. Y toda vez que abría el <strong>de</strong>vocionario<br />

que le había obsequiado surgían las enseñanzas que le había <strong>de</strong>jado ese sacerdote, a lo<br />

largo <strong>de</strong> los penosos días <strong>de</strong> viaje entre <strong>Potosí</strong> y La Paz. Los aterciopelados rayos <strong>de</strong> la<br />

luna ingresaban en la habitación. Suspiró, recordando la última vez que vio a Eudolinda<br />

–cubierto el rostro con un lienzo oscuro-- ¿Era el adiós? Sin embargo le había pedido al<br />

padre Aldana que orara por él. “¡Oh, mi amor!”, a pesar <strong>de</strong> todo la sentía otra vez<br />

lejana, irremediablemente perdida. El zambo se aproximó al amplio ventanal que daba<br />

a la calle, atraído por el repiqueteo <strong>de</strong> los cascos <strong>de</strong> unos caballos. Varias sombras<br />

pasaban por la bocacalle como si huyeran <strong>de</strong> la ciudad. El zambo guardó el libro en un<br />

Página 134 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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