Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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cómo y cuándo iba a terminar esa carnicería, al extenderse en su incontenible ímpetu
hacia otras calles, con la fuerza de un río desbordado.
En el hogar de Isabel empezaron a preocuparse por la inusual tardanza de
Eudolinda y Antonio, hasta que les llegó la noticia de que en la Ollería la gente se
mataba sin piedad. ¿Podrían haber ido ellos hacia esa calle sabiendo lo peligrosa que
era?, se preguntaba Isabel. Entonces, Andrés salió a buscarlos, en compañía de Pedro y
Martín, este último un mozo de cuadra que trabajaba al servicio de don Juvenal, el
hermano de Andrés que a raíz de esos sucesos se vio obligado a postergar por unos días
más su retorno a la villa. ¿Dónde irían primero? Apenas salieron a la calle supieron por
algunos vecinos que Antonio se hallaba internado en el hospital de San Juan de Dios y,
de Eudolinda, nadie se animaba a afirmar que podría encontrarse con vida. Todos sabían
lo que significaba para una joven mulata estar en la Ollería, en manos de esos guerreros
desalmados. ¿En la Ollería? ¡Oh, Dios! ¿Cómo pudo llegar ella a manos de esos
mercenarios, si cuando salía siempre lo hacía evitando los lugares que frecuentaban los
soldados, desde aquella vez en que fue atacada?
Miércoles 31 de julio, 1811:
La descomunal silueta de la montaña de plata, con las primeras estrellas de la
noche y las fogatas que encendían los mineros, parecía cobrar vida. A la entrada de un
socavón abandonado, sentado en un pedregón que años atrás había servido de
chancadora, Constancio traía a la memoria su vida junto a Elvira, su esposa; recordaba
Página 202 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero