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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

vida. El comandante <strong>de</strong> su unidad, al conce<strong>de</strong>rle el permiso, le había advertido que tenía<br />

que estar <strong>de</strong> regreso al anochecer; al día siguiente partirían hacia Jesús <strong>de</strong> Machaca. El<br />

zambo miró el amplio patio, ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> corredores, las pare<strong>de</strong>s encaladas <strong>de</strong> blanco;<br />

cruzó uno <strong>de</strong> los pasillos, adornado con helechos y enreda<strong>de</strong>ras cargadas <strong>de</strong> flores,<br />

don<strong>de</strong> los novicios leían sus <strong>de</strong>vocionarios. Uno <strong>de</strong> ellos, cubierto con su capucha, le<br />

indicó que el enfermo estaba arriba, en una <strong>de</strong> las celdas. El zambo subió por los<br />

escalones enladrillados y se encontró frente a una hilera <strong>de</strong> puertas, don<strong>de</strong> se alineaban<br />

las celdas <strong>de</strong> los monjes; al pasar por la segunda, advirtió que <strong>de</strong> la siguiente salían<br />

unas voces roncas y acompasadas. Ahí oraba fray Manuel Ascorra, puesto <strong>de</strong> rodillas,<br />

junto a otros monjes. En el lecho ensombrecido por el grueso cortinaje que cubría la<br />

ventana, distinguió la frágil figura <strong><strong>de</strong>l</strong> padre Aldana, macilento y afiebrado. En la<br />

mesilla <strong>de</strong> velador, dos cirios ardían junto a su crucifijo <strong>de</strong> bronce. El enfermo respiraba<br />

con dificultad, emitiendo un ronquido estertóreo. El zambo se sintió acongojado al ver<br />

las cuencas hundidas, la nariz <strong><strong>de</strong>l</strong>gada y filuda <strong><strong>de</strong>l</strong> hombre que le había enseñado tanto<br />

para vencer el dolor <strong>de</strong> la culpa. “¡Oh, Dios!” Las manos, ungidas para el bien, estaban<br />

cruzadas a la altura <strong><strong>de</strong>l</strong> pecho, con un rosario cuyas cuentas se enredaban en sus <strong>de</strong>dos.<br />

“¡Amo mío!” En la sien sobresalía una vena azul mate, prominente y quieta bajo la piel<br />

cetrina. “¡Gracias que aún puedo veros en este mundo!”, el zambo lo miraba tan<br />

perdido en ese lecho asediado por la Parca, que no se atrevía a dar un paso más;<br />

tampoco podía hablar, pues un llanto acongojado pugnaba por salir, sacudiéndole los<br />

labios. Todo se le hizo borroso; los cirios se alzaban torcidos. “Padrecito adorado”,<br />

musitó, apoyando el peso <strong>de</strong> su cuerpo en los talones. Sus ojos retenían la <strong><strong>de</strong>l</strong>icada<br />

figura <strong><strong>de</strong>l</strong> enfermo, hasta que poco a poco se vaciaron las lágrimas. El lecho entero<br />

tembló, <strong>de</strong>sfigurado; entonces el zambo parpa<strong>de</strong>ó ligeramente y todo volvió a cobrar la<br />

niti<strong>de</strong>z <strong>de</strong> antes. En el respaldar <strong>de</strong> una solitaria silla colgaban los <strong>de</strong>tentes y medallones<br />

Página 1<strong>25</strong> <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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