Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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Así pues, uno de los primeros actos de Goyeneche en la villa de la plata fue
honrar la memoria de los “mártires” de la causa del rey Fernando, que Castelli mandara
fusilar el 15 de diciembre del pasado año. Como si buscara deslumbrar a las multitudes
que se congregaron, dispuso que se procediera a la exhumación de los cadáveres de
Francisco de Paula Sanz, primero, y luego de Vicente Nieto, con un esplendor nunca
visto. Una vez desenterrado el cuerpo sin vida de Sanz –que se hallaba en el convento
de las monjas teresianas--, fue conducido al templo de San Francisco, para la
celebración de las exequias fúnebres. Todo el ejército se encontraba formado, con gran
pompa y parada, en dos hileras a lo largo de las calles por donde los restos mortales de
Sanz eran conducidos, con las armas a la funerala, los tambores enlutados, las cornetas
destempladas y la música que era ejecutada en tono fúnebre. Allí concurrió la nobleza
potosina rigurosamente vestida de negro. El Arzobispo arrastraba una inmensa cauda
morada y los curas, canónigos, prelados y demás miembros del clero secular y seglar,
iban por detrás. A continuación se hallaba el general Goyeneche, con todos los atavíos y
condecoraciones que exaltaban su grandeza, junto a los condes, marqueses, cabildo
oidores, caballeros cruzados, coroneles y tenientes coroneles que formaban parte de ese
cortejo. Esa comitiva era precedida por una mitad del regimiento de caballería,
lujosamente equipado, en tanto la otra mitad iba por detrás, cubriendo la retaguardia.
En la parte central de la nave del templo de San Francisco se había levantado
una alta y suntuosa capilla ardiente, iluminada con miles de ceras de Castilla, donde
fueron depositados los restos de Sanz. Ahí cerca, a ambos extremos, se hallaban dos
magníficos doseles, uno para el Arzobispo y otro para Goyeneche. Al día siguiente se
celebraron misas desde la siete de la mañana y, a las nueve, comenzaron las exequias a
las que concurrió una impresionante cantidad de gente. Una vez concluidas las honras
Página 294 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero