Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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Ya al anochecer, cuando Eudolinda preparaba algo de comer e Isabel arrullaba
al bebé para que se durmiera, golpearon el portón de la entrada. Como todavía no
tenían ni un solo perro que los alertara sobre la presencia de extraños, no se habían
percatado de esos golpes, hasta que éstos se hicieron más fuertes. Isabel, asustada, fue
en pos de Andrés que buscaba unas herramientas en el desván; intentaba componer el
nuevo catre que habían traído; él también había oído los golpes y tomó el arma que
guardaba en la mesa de noche, antes de que Antonio abriera la puerta. Rechinaron los
goznes y ahí, bajo el oscuro dintel, se recortó la figura de un anciano de raza negra, casi
andrajoso, que venía en nombre de su amo, don Mariano Nogales, portando una nota
que debía ser entregada en manos de Andrés. El anciano se mostraba visiblemente
preocupado; Andrés, que alguna vez lo había visto, al hacer negocios con su amo, le
invitó una taza de chocolate caliente, y luego se puso a leer la nota, en la que don
Mariano Nogales le pedía le prestara unos pesos para alejarse del lugar, dado que él se
hallaba oculto, sin recursos. No había tenido tiempo de tomar nada de la hacienda, por
encontrarse en la villa de Potosí, a donde había ido con el propósito de retirar sus
ahorros del banco. Grande fue su sorpresa al descubrir que Pueyrredón se había llevado
consigo todo lo que ahí se hallaba depositado, como contribución a la causa libertaria
por parte de los connotados ciudadanos de la bienaventurada Villa Imperial de Potosí.
--¿Sabes cuántos pesos precisa tu amo? – le preguntó Andrés al anciano.
--No, su señoría –respondió el esclavo.
--¿Y dónde está él?
--Mi amo me ha prohibido revelarlo.
--Bueno, espero que esto le sirva –dijo Andrés, sacando una bolsita con varias
monedas de plata.
Página 281 de 295 La Saga del Esclavo – Adolfo Cáceres Romero