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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

preguntaban. “¿Dón<strong>de</strong>?”, había <strong>de</strong>sesperación en esa voz; entonces el Alguacil se animó<br />

a <strong>de</strong>cir: “¿Quién?” La duda, las sombras se hacían más espesas en la estancia; el<br />

zambo, como emergiendo <strong>de</strong> las entrañas <strong>de</strong> la tierra, respondió: “El cuerpo <strong>de</strong> mi<br />

amo”, para agitarse, trémulo, arrasado en silenciosas lágrimas. “Está en la capilla <strong>de</strong> las<br />

hermanas <strong><strong>de</strong>l</strong> monasterio <strong>de</strong> Santa Teresa”, salió la respuesta <strong>de</strong> labios <strong><strong>de</strong>l</strong> Justicia<br />

Mayor. El zambo crispó sus <strong>de</strong>dos y, cuando iba a arañarse el rostro, el Alguacil lo<br />

sujetó, pensando que si se ponía agresivo sería más difícil proseguir con esa confesión;<br />

“¡Quiero pedirle perdón!”, gritó entonces el zambo, con <strong>de</strong>sesperación; finalmente el<br />

Alguacil lo aquietó con ayuda <strong><strong>de</strong>l</strong> Regidor y <strong>de</strong> los oficiales. “¡Oh, Dios, qué hice!”,<br />

dolor, lacerante dolor en el farfullido <strong><strong>de</strong>l</strong> zambo. “¡Cálmate y dinos cómo matasteis al<br />

Maestre!”, se le abalanzó el Justicia Mayor, <strong>de</strong>jando la pluma en el tintero. “¿Qué<br />

hice?”, sus ojos extraviados en un recuerdo nublado por la angustia. “¡No te hagas el<br />

imbécil!”, el Justicia Mayor que lo zaran<strong>de</strong>aba y abofeteaba, con sus <strong>de</strong>dos manchados<br />

<strong>de</strong> tinta.<br />

Los golpes iluminaron el adormecido cerebro <strong><strong>de</strong>l</strong> zambo. “¿Cómo fue?... ¡Ay,<br />

Dios!”, exhaló un profundo suspiro. Ya ni lágrimas tenía. “¡Cómo fue que lo<br />

matasteis!”, rugía el Justicia Mayor, que había sido muy amigo <strong>de</strong> Don Benito. “¡Ya,<br />

ya; ya sé!”, tragó saliva el zambo. Quedamos en que Juan y Mariano volverían a la<br />

tienda, a eso <strong>de</strong> las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>. A esa hora las calles <strong>de</strong> la villa estaban <strong>de</strong>siertas. Es<br />

costumbre <strong>de</strong> los potosinos hacer la comida a las vísperas y luego echarse una siesta.<br />

“¿Qué más, qué más?”, el Justicia Mayor, impaciente, en procura <strong>de</strong> captar esas<br />

palabras con la mayor fi<strong><strong>de</strong>l</strong>idad. Sí, perdón, recuerdo que mi amo solía retirarse a la<br />

tienda a <strong>de</strong>scansar y orar hasta las cuatro, hora en que bebía el mate <strong>de</strong> hierba dispuesto<br />

por su hija, Isabel...Cuando ingresaron Juan y Mariano, yo me <strong>de</strong>slicé resueltamente<br />

Página 27 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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