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Potosí, mediodía del domingo 25 de noviembre, 1810:

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misión.<br />

--Es que yo...<br />

NoticiasBolivianas.com - El portal <strong>de</strong> noticias <strong>de</strong> COMECO<br />

--Padre, nos or<strong>de</strong>naron no <strong>de</strong>jarlo pasar hasta que ellos concluyeran con su<br />

Y el padre Aldana se queda ahí, paralizado por la voluntad <strong>de</strong> quienes se<br />

adueñaron <strong>de</strong> esas vidas. Impotente en su terrena insuficiencia, justo a un paso <strong>de</strong> los<br />

sentenciados que morirían <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> unas horas. “No pue<strong>de</strong>”, sacu<strong>de</strong> el padre su<br />

encanecida cabeza; palpa nerviosamente los <strong>de</strong>tentes y medallones con sus <strong>de</strong>dos fríos,<br />

invernales en las sombras <strong>de</strong> ese día húmedo, lluvioso, en la ciudad que tirita más que<br />

por el frío por la incertidumbre <strong>de</strong> no saber qué rumbo seguir; a<strong>de</strong>más, tiene la<br />

seguridad <strong>de</strong> que entre los soldados, recientemente incorporados, se hallan los asesinos<br />

<strong>de</strong> su padre. Ninguna voz, ningún quejido ni <strong><strong>de</strong>l</strong> mandingo que quizá todavía habitaba<br />

por ahí, se <strong>de</strong>jaba escuchar, a no ser el tintinear <strong>de</strong> las ca<strong>de</strong>nas y medallones <strong><strong>de</strong>l</strong> padre<br />

Aldana, que interrumpía la calma que los dominaba. “No puedo o no <strong>de</strong>bo”, musita, y se<br />

acerca a los guardias para verlos mejor.<br />

--Tengo que recibir la confesión <strong>de</strong> los reos –dice. Los soldados no se inmutan.<br />

El padre Aldana insiste en pasar por la puerta que permanece celosamente custodiada;<br />

entonces, uno <strong>de</strong> los guardias, que venía con los comisionados, cejudo y con gran<strong>de</strong>s<br />

mostachos, levanta la mano <strong>de</strong>recha con la advertencia <strong>de</strong> “¡Padre, no os está permitido<br />

ingresar!”. “¿Eh?”, el padre. “¡Que no podéis ingresar!”, repiten la or<strong>de</strong>n esos labios,<br />

con movimientos imperceptibles tras <strong>de</strong> los mostachos; o es lo que el padre cree<br />

enten<strong>de</strong>r, porque no ha oído bien, pero eso sí, en el anular <strong>de</strong> esa mano, lo que sí ha<br />

reconocido es la brillante sortija <strong><strong>de</strong>l</strong> Maestre. “¡Oh, Dios!”, encandilado por la<br />

Página 35 <strong>de</strong> 295 La Saga <strong><strong>de</strong>l</strong> Esclavo – Adolfo Cáceres Romero

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