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Silvia Augusta Cirvini<br />
pasado y del uso resignificado de los lenguajes históricos en el presente. En segundo lugar,<br />
la reproducción de numerosos ejemplos con gráficos y fototipias buscaba educar a los posibles<br />
comitentes (en general a la elite dirigente) y contribuir, con la difusión de las obras<br />
consagradas, a la consolidación de una cultura arquitectónica y al desarrollo de las principales<br />
“nociones del arte”, del “buen gusto”, “de los ideales de la belleza”, etc.<br />
Por último, en tercer lugar, la creación de secciones en las revistas especializadas con<br />
artículos sobre temas “doctrinales” o de opinión permitió desarrollar la crítica arquitectónica<br />
la cual por una parte, al interior del campo, apuntaba a enriquecer la cultura y formación<br />
artística de los arquitectos, por la otra, hacia lo social, buscaba promover el desarrollo<br />
del gusto artístico de un público ampliado.<br />
Hacia mediados de la década del ‘20 aparece ya una interpretación más “social” del<br />
ejercicio de la profesión de arquitecto, por parte de A. Virasoro, que además de dedicarse<br />
al diseño en su estudio, era empresario de obras, por lo tanto tenía un entrenamiento<br />
especial y una mayor amplitud de miras respecto de lo que significa la relación con los<br />
clientes. Si bien sigue confiando a los jóvenes la “nueva arquitectura” (se refiere al art decó<br />
y a la arquitectura moderna), alcanza a avizorar los límites que tiene la práctica profesional<br />
y cómo los arquitectos (en particular los jóvenes) son víctimas más que artífices de<br />
las condiciones en las que producen sus obras. Así, su discurso cambia de destinatario. Ya<br />
no son sus pares, los arquitectos, a quienes se dirige:<br />
“Hay que cambiar el público para que cambien los arquitectos. Por eso he resuelto dirigirme<br />
al público. Tal vez los que vengan detrás de mí me lo agradecerán, porque así a<br />
ellos no se les opondrán ya los prejuicios y la rutina que ahora hay que echar abajo”. 103<br />
En la década del ‘20, el campo disciplinar ya está constituido, aunque ya no se habla<br />
de “gusto artístico”, sí continúa vigente el tema de la “cultura artística del público”.<br />
La vanguardia moderna, la corriente nacionalista y americanista y los modernismos han<br />
disputado espacio y poder a la camada fundacional: académica, ecléctica e historicista. Las<br />
asociaciones profesionales, la regulación estatal sobre la arquitectura pública, el sistema de<br />
Concursos habían tenido efectos sobre las grandes obras, pero no sobre la arquitectura doméstica,<br />
menor, aquélla en la que no había mediación profesional, que era por su volumen<br />
la que estaba modelando la imagen urbana de las principales ciudades.<br />
Es entonces cuando los arquitectos salen en defensa del “interés general”, al atender<br />
lo artístico en las ciudades, al velar por la “estética urbana”. 104 Se busca expulsar a los “intrusos”<br />
del campo, pero como la reglamentación vigente no les impide trabajar en la arquitectura<br />
privada, la solución esbozada en la prensa es hacer “racional y científica” la reglamentación<br />
municipal de construcciones, con lo cual los incompetentes se auto<br />
excluirían. Pero los mismos arquitectos concluyen en que sólo una adecuada reglamentación<br />
del ejercicio profesional en el campo de la construcción que ubique “chacun à sa place”,<br />
podrá garantizar que se cumplan los reglamentos de construcciones:<br />
“Este es para nosotros un problema vital, ya que la acción tóxica del ambiente nos alcanza.<br />
Defendamos el interés general defendiendo al mismo tiempo nuestra propia libertad.<br />
El día en que la reglamentación profesional se imponga, empezará recién a pene-<br />
103 A. Virasoro. “Tropiezos y dificultades al progreso de las artes nuevas”, en: Revista de Arquitectura, Nº 65, Buenos Aires,<br />
mayo de 1926, p.180.<br />
104 Horacio Terra Arrocena. “Reglamentación profesional”, en Revista de Arquitectura, Febrero de 1924, pp.45 y ss.<br />
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