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Silvia Augusta Cirvini<br />

Si bien desde la cultura clásica, Arte, Ciencia y Técnica se hallaban indisolublemente<br />

unidas en la materialidad de la obra arquitectónica, la situación cambió notablemente<br />

con la Ilustración y el Iluminismo. El tipologismo 40 del siglo XVIII contribuyó a diferenciar<br />

y autonomizar el desarrollo de los tres vértices del triángulo vitruviano, aspectos constitutivos<br />

del producto arquitectónico: la utilitas (función, uso), la firmitas (la estructura, lo tecnológico)<br />

y la venustas (la belleza, lo estético). En cierto modo, dentro del método proyectual<br />

decimonónico, el Arte quedó confinado a la venustas, en lo que se denominaba “estilo”<br />

(síntesis de forma y contenido) o “carácter” (expresión del espíritu de la obra, condensación<br />

anímica de las variables de lugar y tiempo). La Ciencia y la Técnica en cambio, propulsadas<br />

por el Iluminismo y la Revolución Industrial, contribuyeron a disparar el desarrollo autónomo<br />

de la utilitas y la firmitas, en una rápida adaptación a las nuevas necesidades: nuevos<br />

tipos funcionales edilicios y nuevos materiales surgen y se multiplican sin una estética de soporte.<br />

Por primera vez, sienten los arquitectos del XIX, el arte no ha precedido a la ciencia<br />

como decían los maestros clásicos. Hay una cierta perplejidad y desorientación dentro de la<br />

corporación de arquitectos en cuanto a cómo desempeñarse (cómo formarse, producir y<br />

crear) entre los principios del Arte, al que se percibe en decadencia a pesar de ofrecer el más<br />

rico abanico estilístico y formal de la historia, y los axiomas de una Ciencia dinámica, en<br />

permanente progreso, que opera en la concurrencia de múltiples saberes, fuertemente enraizada<br />

en el proceso productivo del mundo moderno a través del desarrollo industrial. Toda<br />

esta urdimbre de debates llegó a nuestro país a través de los mismos profesionales, ya fueran<br />

éstos los extranjeros que se establecían en el país o los argentinos que estudiaban en Europa.<br />

Heredamos las mismas preguntas, padecimos las mismas dudas, de un lado y del otro<br />

del Atlántico, situación de la cual claramente dan cuenta las revistas técnicas.<br />

Analizar la presencia de este tema en los “discursos de recepción” de la Academia de<br />

San Fernando, 41 permite establecer la importancia que tuvo en los debates durante la segunda<br />

mitad del XIX, dilucidar cuánto de Ciencia y cuánto de Arte debía tener la Arquitectura<br />

y la incidencia que este tema tenía en la situación de “decadencia” del arte arquitectónico,<br />

en este caso en España.<br />

En 1886, Leandro de Serrallach, un destacado académico, exponía en su discurso de<br />

recepción las dos posiciones enfrentadas en el modo de ver el problema. La primera consideraba<br />

que la “regeneración” de la Arquitectura sería posible merced a los progresos de la<br />

ciencia y sus aplicaciones industriales; la segunda advertía que la arquitectura desaparecería<br />

si no se lograba mantener la primacía de los ideales artísticos. He aquí los límites del espectro<br />

en el que se desarrollaba el debate. Sin embargo, a medida que avanza el siglo irán desapareciendo<br />

las posiciones extremas, exclusivistas y crecerán los partidarios de una posición<br />

conciliadora: ya no se trata de Arte o Ciencia, sino de Arte y Ciencia. Ya en los discursos de<br />

40 Remitimos a la noción de tipologismo (como método proyectual) que exponemos en el punto III.3.1. Estado del arte arquitectónico<br />

de este mismo capítulo.<br />

41 En 1752 se crea la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando, con una función similar a la francesa de implantar y<br />

difundir el neoclasicismo como arquitectura oficial, organizar una burocracia técnica y propender a la progresiva liberalización<br />

del ejercicio profesional de la Arquitectura. Desde entonces, también la enseñanza de las artes y la formación profesional<br />

se convierten en una cuestión de estado. En la primera mitad del siglo XIX, la Academia de San Fernando padece<br />

diferentes crisis, en particular por la oposición ejercida por los románticos. A partir de 1850 se reorganiza y comienza una<br />

nueva y productiva etapa con un papel preponderante en la formación de la cultura artística. Es entonces cuando se hace<br />

obligatoria la lectura del “discurso de recepción”, cada vez que un nuevo miembro ingresaba, el cual era respondido con<br />

un discurso por otro académico.<br />

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