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Nosotros los Arquitectos<br />

tereses económicos de la elite y la opinión de los técnicos era tomada en cuenta sólo si no<br />

contradecía la de estos grupos de poder. 62<br />

Después de su virtual refundación en 1901, la Sociedad de Arquitectos estará en mejores<br />

condiciones para aparecer nuevamente en escena y reclamar un lugar privilegiado en<br />

las decisiones de los grandes proyectos que prometía la creciente prosperidad económica.<br />

La práctica de los concursos propiciaría, desde la perspectiva de sus defensores, el mejoramiento<br />

progresivo de la calidad artística de la edilicia, en particular la pública y monumental,<br />

cumpliendo a la vez un papel pedagógico en cuanto a la cultura artística de la sociedad<br />

en general y de la clase dirigente en particular.<br />

En 1903, siendo Alejandro Christophersen presidente de la Sociedad, encomendó a<br />

dos importantes socios, Carlos Nordmann y John Doyer, para elaborar la propuesta de lo<br />

que sería el primer reglamento para los Concursos. Este fue aprobado por la Sociedad el<br />

12 de febrero de 1904 y estuvo vigente por más de trece años –muy productivos por cierto–<br />

hasta 1917 que se reemplazó por otro más completo. Este primer reglamento establecía<br />

clases, categorías y condiciones mínimas que debían reunir los llamados y tendía en general<br />

a promover esta práctica, reconocida al interior del campo como productiva y<br />

benéfica, pero a la cual había que proteger –desde la visión de los arquitectos– del abuso y<br />

la manipulación, resultado tanto de actitudes inescrupulosas de quienes convocaban o<br />

quienes decidían los concursos, como de la ignorancia en materia de arte arquitectónico.<br />

Lo cierto es que el sistema de los Concursos tenía defensores y detractores, dentro y<br />

fuera del campo, en algunos casos con argumentos equivalentes, con razones fundadas en<br />

criterios diferentes. En primer lugar, fue necesario instalar la necesidad de los Concursos<br />

para el caso de la edilicia pública, más tarde se verá la necesidad también de ajustar la obra<br />

privada de cierta importancia a los mismos requerimientos que la gran obra pública. La<br />

práctica liberal de la profesión instalaba como criterio general que así como era lícito contratar<br />

al médico o al abogado en quien se tenía confianza, lo mismo sucedía con el arquitecto.<br />

¿Por qué llamar a concurso? Esta práctica era vista desde lo social como problemática<br />

e innecesaria, y desde el campo disciplinar como beneficiosa, a pesar de los problemas<br />

que pudiesen presentarse.<br />

Los dos problemas centrales, desde el balance de la prensa técnica, de esos primeros<br />

trece años de práctica reglamentada de los concursos (1904-1917) giraban en torno de la<br />

composición de los jurados y del otorgamiento de premios.<br />

La Sociedad Central en nombre de todos los arquitectos se confería la capacidad de<br />

ser el organismo idóneo para decidir, con un protagonismo central dentro de los jurados,<br />

el resultado de las convocatorias de Concursos. El procedimiento habitual apuntaba, en<br />

primer lugar a buscar el reconocimiento de esta capacidad en el campo social y en caso de<br />

no encontrar eco, la sanción que imponía era la crítica mordaz, la desautorización de los<br />

jurados, la invalidación del llamado o de los resultados, todo desde la voz autorizada del<br />

saber y en uso de la función de representar a los socios.<br />

62 Son numerosos y variados los ejemplos que pueden darse con relación al peso que pudo tener la opinión de los técnicos<br />

en la toma de importantes decisiones de obras públicas. Como regla general podemos afirmar que la atención dada a las<br />

soluciones formuladas por los técnicos no dependió de la calidad de la propuesta ni de la adecuación a las necesidades sociales<br />

planteadas, sino que el éxito o eficacia del discurso técnico dependió fundamentalmente de su articulación con lo<br />

político y lo económico.<br />

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