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Silvia Augusta Cirvini<br />

za formal de los puentes, o las posibilidades estéticas de los nuevos materiales, todos temas<br />

de la profesión muy vinculados a la Ingeniería. Es más, Altgelt consigue invertir el discurso<br />

de César Daly, ferviente admirador de la Ingeniería del siglo XIX, al citarlo en frases descontextualizadas<br />

y poco felices como: “El Ingeniero nunca engendra una obra de ARTE”.<br />

También podrían entenderse contradictorios los comentarios de Altgelt sobre la expresión<br />

de los nuevos materiales: “Si hemos de construir un ladrillo paralelepípedo con hierro<br />

laminado, hagámoslo honradamente sin esforzarnos por imitar la piedra, mostrando el<br />

laminado, los remaches y tornillos, sin pretender dar a una columna de hierro doble T, base<br />

y capitel de hierro fundido que imitan las formas características de la piedra, aplicados ambos<br />

a la columna con remaches que brutalmente atraviesan una moldura, una hoja de acanto<br />

o una flor”; 53 o cuando desconoce-reconoce los valores de la arquitectura de hierro y<br />

los rascacielos, al denigrarlos porque “desprecian por completo la ornamentación”, y al<br />

elogiarlos cuando dice: “prefiero la fea honradez u honrada fealdad de esas construcciones<br />

de hierro que la mentira que vive la arquitectura del día”… 54 Consideramos que, tanto el<br />

duro ataque a la Ingeniería como el desconocimiento de la calidad artística de su producción,<br />

integran una estrategia discursiva dentro de la sistemática defensa de la profesión<br />

de Arquitecto.<br />

C. Altgelt ubica a la Arquitectura como principal o básica entre las Bellas Artes, ya<br />

que exige de los conocimientos artísticos del escultor y el pintor, además de los numerosos<br />

conocimientos científicos y técnicos que éstos no necesitan. Es también, según este autor,<br />

el arte más “ingrata”, en el sentido de que la concreción de la obra depende de numerosas<br />

variables que escapan al campo de lo artístico: …“el proyecto que no se hace es papel sucio,<br />

jamás podrá su autor utilizarlo para otro fin, ni recuperar el dinero en él invertido”. 55<br />

La complementariedad Arte y Ciencia es vista también como la clave de la resolución<br />

de la querella entre Ingenieros y Arquitectos. Según la prensa técnica, tanto unos como<br />

otros advertirán cómo “el feliz consorcio” entre ambas profesiones redundaría en una mejor<br />

calidad de la producción arquitectónica pública y privada.<br />

Este debate tomará un cariz especial desde la creación de la Escuela de Arquitectura,<br />

ya que para decidir la currícula era necesario definir cuánto conocimiento científico y<br />

cuánta formación artística debía recibir los alumnos. De la formación eminentemente<br />

científica y técnica que habían tenido los pocos que estudiaron en la Facultad de Ingeniería<br />

dentro de Ciencias Exactas en el XIX, se pasará a una tendencia eminentemente artística<br />

con la Escuela. Entre 1901 y los primeros años de la década del ‘20, todos los programas,<br />

todas las reformas tienden a delinear un perfil apropiado cuyo tronco es la formación<br />

artística. Sin embargo, progresivamente, la formación científica y técnica irá adquiriendo<br />

mayor importancia. El mismo Christophersen que en los primeros años del siglo apoyara<br />

y diera forma al plan académico, netamente artístico de la Escuela, hacia 1930 dirá que es<br />

necesario imponer reformas sustantivas en la enseñanza, haciéndola más científica, más<br />

técnica, dando a los alumnos instrumentos de finanzas, administración y organización de<br />

obras también desde el aspecto económico. Se apoya en las conclusiones emanadas del<br />

53 C. Altgelt (1900) en la Revista Técnica, citado por R. Gutiérrez y otros. Sociedad Central de Arquitectos. 100 años de compromiso<br />

con el país, op. cit, p.39.<br />

54 Ibídem, p.39.<br />

55 Ibídem, p.164.<br />

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