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Silvia Augusta Cirvini<br />

(Tucumán y Salta) apoyará la difusión del estilo neocolonial en su versión californiana, como<br />

medio para contribuir en la región a la argentinización del paisaje.<br />

A mediados de la década del ‘20, nadie podía ignorar las inmensas transformaciones<br />

que se habían operado dentro del arte de construir por efectos de la modernización y el<br />

avance tecnológico, en particular en todo lo referido a instalaciones, equipamiento y<br />

nuevos materiales. Hay quienes como Guido se esfuerzan por integrar las búsquedas de<br />

una arquitectura nacional con los avances de “lo moderno”, en una adhesión crítica y selectiva<br />

de aquello que venía de afuera:<br />

“Nuestra actitud está en no perder el ritmo de la corriente moderna, sugerida por Europa,<br />

ni renegar de él, sino muy por el contrario: tratar de ser modernos, asimilar todas<br />

las necesidades materiales y espirituales contemporáneas; pero ser nosotros mismos;<br />

decir y hacer estas cosas, pero no con inspiración prestada, sino con creación bien nuestra,<br />

recónditamente americana”. 196<br />

Y bien, tanto Christophersen como Noël, Guido o Greslebin coinciden en que es<br />

necesario partir de programas “modernos”, considerar las necesidades del presente para<br />

producir una arquitectura que respondiera a una demanda actualizada. Es claro que hacia<br />

1920, la noción de “lo moderno” articula uno de los puntos claves del debate arquitectónico.<br />

Para algunos era una corriente foránea (el funcionalismo europeo ligado al arte<br />

abstracto), para otros era un estilo más, pero casi todos coinciden, por un lado, en la<br />

acepción programática (adaptada a los tiempos modernos), por la otra, en la acepción<br />

tecnológica del término. El método proyectual heredado del tipologismo del siglo XIX<br />

había perpetuado en el habitus del arquitecto la concepción de la obra a partir de la tríada<br />

vitruviana: utilitas, firmitas y venustas. La actitud ecléctica predominante entre los<br />

practicantes del campo disciplinar, aún en las décadas del ‘20 y ‘30, hacía posible considerar<br />

que cualquier edificio por “moderno” que fuese podía vestirse con ropajes estilísticos<br />

al gusto del cliente y del arquitecto. La separación entre lenguaje y tectónica arquitectónica<br />

fue uno de los ejes alrededor del cual se movió la crítica a la arquitectura del<br />

eclecticismo y por lo tanto uno de los factores que impulsaron la reunificación de la obra<br />

de arquitectura como organismo unitario, primero en los movimientos del Arte Nuevo<br />

y luego ya en forma programática en el Movimiento Moderno. 197 Es decir, desde las posiciones<br />

de vanguardia, aunque incipientes y débiles en nuestro país, se proponía un enfoque<br />

más integral y unitario del diseño, donde la expresión formal y la belleza de una<br />

obra debían ser el resultado de la respuesta a la función, adaptada al medio, la época, los<br />

materiales y la tecnología. Para quienes eran partidarios del desarrollo de una arquitectura<br />

nacional “lo posible” fue sostener la “actitud ecléctica”, enraizada en el habitus profesional,<br />

limitada desde esta posición a ciertos repertorios y modelos semánticamente<br />

significativos, camino que probablemente fue más fácil que bucear en la vanguardia e intentar<br />

ser “modernos” y “nacionales”, a la vez. Desde la perspectiva de Bourdieu puede<br />

afirmarse que las búsquedas nacionalistas y americanistas en arquitectura pudieron establecer,<br />

respecto del eclecticismo, una pequeña diferencia, y constituyeron más bien líneas<br />

de innovación de la misma tradición apenas consolidada, que necesitaba perento-<br />

196 A. Guido en el III Congreso Panamericano de Arquitectos, citado por: M. Gutman, op. cit. pp. 124/125.<br />

197 Cf. Marina Waisman. El interior de la historia, Escala, Bogotá, 1991.<br />

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