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Nosotros los Arquitectos<br />

• la estricta dependencia cultural de la clase dirigente con las metrópolis europeas<br />

instalaba una demanda direccionada a los gustos y modas legitimadas y reconocidas.<br />

• la estrecha relación técnicos-poder político y económico vinculaba a nuestros profesionales<br />

con los ámbitos más conservadores e institucionalmente reconocidos del saber<br />

en Europa. La cooptación de profesionales en Europa para trabajar en el país no se realizaba<br />

nunca en ámbitos marginales o de dudoso reconocimiento oficial.<br />

Es decir, nuestros primeros arquitectos no podían estar vinculados a las vanguardias<br />

estéticas europeas: para que existiera una “vanguardia” era necesario primero consolidar<br />

una “tradición”. No podía pensarse en un “arte nuevo” en un medio donde se estaba pugnando<br />

por imponer simplemente el “arte”, donde lo realmente efectivo y conveniente para<br />

el grupo era la consolidación de una tradición. Los años que fueron entre 1880 y 1910<br />

constituyeron lo que podemos denominar la etapa fundacional de esa tradición, hegemonizada<br />

por el eclecticismo, a partir de la cual fue posible organizar y legitimar el campo disciplinar<br />

y profesional de la arquitectura en el país.<br />

Es por ello que, lo que podríamos considerar la más temprana reacción al eclecticismo<br />

europeo trasplantado sin más a nuestras ciudades, se dará en Argentina enmarcada en<br />

un movimiento cultural más amplio y respondió más bien a cuestiones ideológicas y culturales<br />

que a razones estrictamente artísticas y arquitectónicas. Este primer remezón vino<br />

desde afuera y no desde dentro del campo disciplinar, cuyos integrantes aún estaban ocupados<br />

en la tarea de consolidación y aglutinación interna del grupo.<br />

Por otro lado, el tema de la definición de un perfil de la profesión y de un campo disciplinar<br />

propio estuvo vinculado al proceso de legitimación de la idoneidad profesional,<br />

considerada a partir del reconocimiento de títulos desde el ámbito oficial. A fines del siglo<br />

XIX sólo nueve arquitectos habían obtenido o revalidado el título. El ejercicio de la arquitectura<br />

estaba en manos de los ingenieros y de los constructores de oficio.<br />

En 1901, la creación de la Escuela de Arquitectura, en el seno de la Facultad de Ingeniería<br />

y de Ciencias Exactas, señaló un paso decisivo y trascendental en la formación profesional<br />

especializada. Por una parte, significaba la posibilidad de autonomía en la formación<br />

de profesionales de grado, por otra, permitía gradualmente modelar prácticas y<br />

posiciones acordes con una realidad propia, distinta de la europea. Si bien la Escuela surgió<br />

merced a la iniciativa y gestión de los arquitectos “académicos”, en su mayoría extranjeros,<br />

escasos pero importantes, como respuesta a su empeño por desarrollar y jerarquizar<br />

la profesión, en muy pocos años fueron muchos los que ingresaron a este nuevo escenario<br />

de debate con ideas y corrientes diversas.<br />

También, el año 1901 marcó un punto de inflexión en la organización gremial de los<br />

arquitectos por cuanto la Sociedad Central de Arquitectos, cuyo funcionamiento había sido<br />

discontinuo y débil desde su creación en 1886, fue prácticamente refundada. Ejerció<br />

desde entonces una acción efectiva y aglutinante de la identidad grupal y tuvo un papel<br />

protagónico central en todo lo referente a la defensa de derechos privativos de los arquitectos<br />

así como a la legitimación de la profesión.<br />

En 1904, por Ley nacional Nº 4416 se autorizó la reválida de diplomas de Ingenieros<br />

a los egresados en Universidades europeas y en la misma ley se autorizaba el ejercicio,<br />

por idoneidad profesional en Arquitectura, previa obtención del título de competencia en<br />

la Universidad. Así, en 1905 se diplomaron noventa arquitectos que rindieron el examen<br />

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