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Nosotros los Arquitectos<br />

virtuoso entre enseñanza, reconocimiento de la profesión y crecimiento material del país. 61<br />

Toda esta urdimbre de temas de la que da cuenta la prensa especializada, primero<br />

en Europa y luego en Buenos Aires, llegaba a nuestros arquitectos no sólo por las revistas<br />

sino de modo directo por el contacto que significaban los viajes y las prolongadas estadías<br />

en el viejo mundo. Es decir, la representación de pertenencia al mundo europeo<br />

que tenía el grupo de los “fundadores”, era ratificada día a día por la fluidez de contacto<br />

entre El Plata y Europa, en particular con Paris.<br />

La enseñanza de los arquitectos, está claro hacia fines del XIX, debe estar dirigida<br />

a favorecer el desarrollo de la creación artística, pero no puede omitir la formación científica<br />

y técnica que los tiempos requieren. Las falencias que se señalan dependen del sitio<br />

desde donde se mira el problema: los sectores más cercanos o vinculados a la Ingeniería<br />

consideran que es agregando más ciencia al arte como se podrá arribar a una<br />

arquitectura acorde con el siglo; quienes defienden, de modo radical, la posición del arquitecto<br />

como artista, consideran que sólo más arte puede salvar al arte, y que por lo tanto,<br />

hay que acentuar la formación artística. En este último grupo hay matices en: cómo<br />

debe ser el aprendizaje artístico, cuál ha de ser la relación con las otras artes plásticas y<br />

fundamentalmente cómo ha de considerarse en la producción contemporánea la arquitectura<br />

del pasado, es decir la relación con la historia del arte y la arqueología. Desde<br />

ciertas posiciones críticas, se afirma que la enseñanza institucional de las Academias propiciaba<br />

el aprendizaje de la “copia servil”, permaneciendo ignorados los principios esenciales<br />

del arte arquitectónico. Lo que sucede en el campo de la arquitectura está relacionado<br />

con la importancia que adquirió la arqueología en el siglo XIX, por el rigor<br />

científico alcanzado en el marco del positivismo de la época, lo que hizo posible y dio<br />

sustento al desarrollo del medievalismo (goticismo, romanticismos) en oposición al clasicismo<br />

de las Academias. Es decir, el conocimiento arqueológico se erige en “paradigma<br />

historicista” cuando hace posible y hasta promueve el renacimiento de todo estilo del pasado,<br />

al dignificarlo por su condición de histórico. La restauración de monumentos tuvo<br />

un notable desarrollo, particularmente en el último tercio del siglo XIX y sus prácticas,<br />

muy prestigiadas dentro del campo disciplinar, contribuyeron a vincular pasado y<br />

presente en la tarea del arquitecto, a la vez que legitimaba las opciones del eclecticismo<br />

historicista para la nueva arquitectura. Las obras del pasado ofrecieron un marco de inspiración<br />

y de experimentación que no reconoció límites temporales. 62<br />

Ahora bien, veamos sintéticamente cómo y dónde podían formarse como arquitectos<br />

tanto los extranjeros que llegaban para instalarse en Argentina, como los argentinos<br />

que estudiaban en Europa antes de que fuera posible hacerlo en el país. Para los<br />

argentinos había, en líneas generales dos caminos: a) se iban muy jóvenes (17 años) a<br />

Europa donde realizaban sus estudios (caso de Carlos Altgelt), b) estudiaban ingeniería<br />

en la Facultad de Ciencias Exactas, para luego viajar a Europa y adquirir formación artística<br />

durante dos, tres o cuatro años (caso de Pablo Hary). Los extranjeros, en su mayoría,<br />

se formaban, o iniciaban su formación en su país de origen, aunque muchos poseían,<br />

como decía Christophersen, “ciudadanía artística de Francia, por haber estudiado<br />

62 Cf. Angel Isac, op. cit., p. 196.<br />

63 Alejandro Christophersen nació en Cádiz, España, era hijo del cónsul noruego en esa ciudad y había estudiado en Francia.<br />

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