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Silvia Augusta Cirvini<br />

2.1.3. En la Escuela de Arquitectura<br />

La carrera de “arquitecto” nació en la Universidad de Buenos Aires, con el objetivo<br />

implícito de alcanzar una progresiva diferenciación respecto de la ingeniería. La marca que<br />

imprime este nacimiento es indeleble y estructural, tiene efectos estructurantes sobre el futuro<br />

desarrollo de la disciplina y la profesión. En Europa, las Escuelas de Arquitectura se<br />

fundaron en el siglo XIX al amparo de las Academias, la formación era netamente artística<br />

y se proponían alcanzar una adecuada formación científica y técnica adecuada a la época.<br />

En nuestro país, en cambio, la Arquitectura hará el recorrido inverso: de ciencia exacta<br />

a disciplina artística. Es decir, nació como una rama de la Ingeniería (de rango inferior<br />

y subordinada), a la que era necesario hacer crecer hasta adquirir independencia, ya fuera<br />

por influencia externa (cultura artística, instalación de una demanda) o por la acción, el<br />

ímpetu y la presión ejercidos por la propia corporación de profesionales dedicados a la Arquitectura.<br />

Las camadas de los precursores, y particularmente la de los fundadores, buscaron<br />

acentuar los rasgos distintivos de un habitus propio, actitud que encontró el ámbito adecuado<br />

de reproducción con la creación de la Escuela de Arquitectura en 1901. Esta institución<br />

será entonces el primer ensayo de diferenciación, de distinción entre ingenieros y arquitectos.<br />

Desde estudiantes, los jóvenes buscaron la diferenciación de sus pares de Ingeniería, no<br />

sólo con la autonomía lograda a partir de la creación de un Centro de Estudiantes propio, sino<br />

a través de una serie de prácticas, códigos y rituales que formaban parte esencial de la vida<br />

estudiantil, que se prolongaron durante décadas. Nos referimos a cuestiones tan variadas<br />

como, por ejemplo, el uso de la capa como abrigo, la pasión por las caricaturas y los afiches,<br />

el manejo sutil de la broma, el humor y de códigos especiales en gran número de los artículos<br />

en las revistas, cuya comprensión marcaba claramente una pertenencia al grupo y su incomprensión<br />

–situación que abarcaba a casi todo el mundo incluidos los estudiantes de ingeniería–<br />

era obviamente señal de exclusión.<br />

También es probable que los propios estudiantes hayan alimentado la representación<br />

imaginaria y estereotipada por cierto, del arquitecto como un “artista”, más libre y menos sujeto<br />

a convenciones de todo tipo, frente a la mentalidad práctica y científica de los ingenieros.<br />

Estas representaciones estaban reforzadas por conceptos que circulaban en la época respecto a<br />

las habilidades requeridas en unos y otros: mientras para los arquitectos se hablaba de “talento”<br />

o dotes artísticas con las cuales se “nace”, para los ingenieros estaba reservada la capacidad<br />

para el estudio, la resolución de problemas prácticos a partir del conocimiento científico, tarea<br />

que con perseverancia y esfuerzo podía “hacer” o alcanzar cualquier sujeto inteligente. Es<br />

decir, “El Arquitecto nace, Ingeniero se hace”. 23 Recordemos que Altgelt había convertido en<br />

lema dentro de la corporación en 1909 que “Donde empieza el Ingeniero termina el artista” o<br />

que “Ingeniero puede ser toda persona inteligente, Artista sólo quien nació con la chispa divina”. 24<br />

En el primer número de la Revista del Centro de Estudiantes de Arquitectura (1911),<br />

se lanza una encuesta sobre el tema “Reglamentación de la profesión de Arquitecto” donde<br />

se formulan tres preguntas a todos los arquitectos diplomados y con experiencia en la prác-<br />

23 Hemos hallado este refrán en revistas españolas del siglo XIX. Ver: José Manjarrés. “Arquitecto e Ingeniero”, (1877) en Revista<br />

de la SCA, Madrid, p. 53/54, citado por Ángel Isac, Eclecticismo y pensamiento arquitectónico en España. Discurso, Revistas,<br />

Congresos (1987), Diputación Provincial de Granada, p.181.<br />

24 Carlos Altgelt. “Necesidad de deslindar”, en Arquitectura, suplemento de la RT, Año V, Nº 59, noviembre de 1909, p.146.<br />

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