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Nosotros los Arquitectos<br />

tonces inexistentes fueron ensayadas y desarrolladas a partir del reconocimiento de nuevas<br />

funciones, usos y expectativas. La especificidad y la múltiple diferenciación funcional que<br />

alcanzó la producción arquitectónica obedecen a la lógica nueva del proceso modernizador<br />

y a la aplicación de los conocimientos científicos y tecnológicos alcanzados, en el diseño de<br />

los edificios. La arquitectura pública adquirió una importancia inusitada, condensando<br />

múltiples significados y representaciones acerca de lo que el Estado y la Nación argentina<br />

eran o debían ser. La arquitectura privada se convirtió en un referente del status social y<br />

tuvo cada vez mayor peso en la construcción y legitimación de un linaje entre los nuevos<br />

ricos –entre los que abundaban los extranjeros–. Esto explica la importancia que adquirieron<br />

a comienzos del siglo los debates en torno del estado del “arte arquitectónico”, la cultura<br />

artística, el empleo de “estilos” ornamentales y decorativos, la adaptación de las obras<br />

a los requerimientos de la época, el uso de nuevas tecnologías y la estética de los nuevos<br />

materiales (acero, vidrio, hormigón armado).<br />

4) La clase dirigente de fines del XIX forjó y alimentó el mito 4 de la Argentina como<br />

“país europeo” y sostuvo una franca dependencia de modelos culturales provenientes de las<br />

grandes metrópolis. Esta actitud condicionó las características de la producción arquitectónica<br />

monumental y la urbanística oficial, y determinó la negación absoluta del pasado<br />

hispano criollo. Francia, Inglaterra y luego EEUU constituyeron los principales referentes<br />

modélicos. Esta ruptura con la tradición cultural hispánica se vio favorecida por la importante<br />

participación de extranjeros –profesionales y técnicos– en la proyectación y construcción<br />

de obras, tanto oficiales como privadas.<br />

5) Un acentuado y progresivo control social fue el principal instrumento en el manejo<br />

de la conflictividad social, que tuvo un correlato espacial en las modalidades de uso<br />

de las ciudades. El “desorden” impedía el “progreso” y aludía a la “barbarie” del pasado. De<br />

allí que las tensiones sociales promovieran en las políticas públicas una legitimación en la<br />

fijación de límites, en la categorización social del espacio, en la normativa discriminatoria<br />

de usos y funciones urbanas y en la clara división entre los ámbitos públicos y privados.<br />

La generación del ‘80 era en lo político una alianza entre distintas fracciones de las<br />

clases dominantes: antiguo patriciado, nuevas burguesías nacionales y extranjeras, profesionales<br />

y administradores pertenecientes a las elites o la clase media en ascenso, lideradas por<br />

una fracción modernizante y progresista, de la que dirá J. L. Romero:<br />

“En la política, en la dirección de la vida económica, en las letras y en otras muchas actividades,<br />

una nueva generación se ponía en evidencia. Durante más de veinte años imprimió<br />

sus ideas y sus sentimientos a las distintas actividades de la vida nacional con ese<br />

aplomo que da la certidumbre de poseer, sino la verdad misma, al menos, esa verdad relativa<br />

que resulta del consenso general.” (…)<br />

“Muchos de sus miembros ejercieron carreras liberales, porque fue hábito de las buenas familias<br />

mandar a sus hijos a la universidad de Córdoba o la de Buenos Aires. En la época<br />

de estudiantes se crearon los vínculos temperamentales e ideológicos que funcionarían<br />

4 El mito es una creencia colectiva con un alto grado de consenso, que toma el carácter de permanente e indiscutible. Si bien<br />

el mito se construye sobre una parte de la realidad: elementos o acontecimientos de base cierta, se complementa, construye<br />

y agrega con otros datos imaginarios que acaban forjando una imagen ideal, que obstaculiza la percepción de la realidad e<br />

impide ver sus conflictos. Cf. Jorge R. Ponte, La fragilidad de la memoria, Ediciones Fundación CRICYT, Mendoza, 1999,<br />

Epílogo: Mito, Utopía y Representaciones”, p.421 y ss.<br />

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