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La Historia Secreta del Dia D - Ben Macintyre

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Anthony Blunt había hecho una petición especial para « ser informado

cuando llegue Tesoro» ; [855] la noticia de su llegada sin duda fue retransmitida

al Kremlin.

Mary Sherer era demasiado inglesa para demostrarlo, pero estaba encantada

con Lily, y tenía « la profunda convicción de que esta, su primer agente doble,

iba a ser un éxito, pase lo que pase» . [856] Kim Philby, su colega del MI6,

comentó misteriosamente: « Pobre chica. Está en esto por un desengaño. Nunca

te fíes de un zarista emigrado» . [857]

Lily evaluó con tristeza su nuevo hogar, el piso con sus grandes habitaciones

mal amuebladas, « limpio e impersonal, como las habitaciones de un hotel» .

[858] Salió a dar un paseo con Maritza por los alrededores. La calle era

« inhóspita y sombría» , [859] y las Rugby Mansions un « edificio con una

fachada lisa, sin imaginación ni ornamentos, tan agria como una solterona con

ictericia» . [860] Se había imaginado Londres ferozmente en guerra. Este lugar

era gris, húmedo y neblinoso. Lily pensó en sí misma como un pájaro de colores,

una artista, una niña con aventuras prometedoras. Este no era su mundo. « Lo que

me chocó es el aspecto desharrapado de todo el mundo por la calle: abrigos muy

gastados, mangas trepadoras, ropa desaliñada. En los escaparates los vestidos son

lisos, sin entretelas, solapas o cinturones —todo lo que es remotamente frívolo ha

sido sacrificado inmisericordemente» . [861] Sus nuevos controladores parecían

indiferentes y distantes. Mary Sherer era un enigma: « Sigo sin poder ubicarla:

¿es mi carcelera, mi enfermera, mi gobernanta o qué?» , escribió. « Ni siquiera

sé lo que siente respecto a mí, aunque supongo que esto no importa mucho» .

[862] Para terminar de hundirle la moral estaba el dolor de riñones persistente y

creciente, una reaparición de su vieja dolencia.

Lily echaba de menos París, elegante incluso bajo la ocupación nazi.

Añoraba el nerviosismo de enfrentar un bando en contra del otro. Hasta se

acordaba de Kliemann. Pero, por encima de todo, echaba de menos a Babs.

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