presencia del pensamiento acalitense contemporneo xi - UNAM

la tacañería, iracundos e irritables cuando veían amenazados sus principios o su
dignidad, pero sobre todo hombres buenos. No siempre cariñosos porque la
austeridad se aplicaba también a los sentimientos. Responsables, duros y
cumplidores.
No fue lo mismo con sus hijas. Relegadas como todas las mujeres de su tiempo,
sufrieron la ira de su padre que no permitía la mínima transgresión a la disciplina
familiar. Pero se templaron en la dureza del medio y respondieron a su destino
igualmente que los hombres.
Uno de los méritos mayores de los Gutiérrez fue saber buscar y escoger esposa.
Ellas toleraban sus defectos, refrenaban sus iracundias y complementando sus
cualidades, sabían orientar a la familla y hasta al jefe de la misma. Conocí a tres
de estas mujeres (ya viudas) y aún las recuerdo como ejemplo de mujeres buenas
pero con carácter. Las mujeres de la familia nunca han sido "dejadas".
Lo que sabemos de la familia es por conocimiento directo o por tradición oral,
porque los Gutiérrez no escribieron nada ni en la primera, ni en la segunda
generación. Hemos encontrado una carta de mi abuelo Jesús a su hermano y
compadre Casiano desde Estados Unidos y dos preciosas cartas de José
Francisco, enrolado en el ejército de Emiliano Zapata, dirigidas a su padre Don
Tiburcio, poco antes de ser fusilado a los 18 años en Michoacán.
En cambio las mujeres de la segunda generación escribieron sus sentimientos en
dos libritos que todos deberíamos leer. Crucita, la esposa del general
revolucionario, conocida en Acapulco por sus obras sociales, escribió una sátira
familiar llamada la Gutierrada, en donde muestra su ingenio y sus frustraciones,
Lupe, en cambio, escribió poesía llena de ingenuidad con la nostalgia de su niñez
vivida en el rancho de la Media Hanega. A las mujeres que todavía vivieron en el
rancho les daba por cantar; y no lo hacían mal, acompañadas por mi abuelo con el
acordeón.
La revolución y sus consecuencias afectaron de lleno a la familia en sus bienes y
en sus personas: Un soldado zapatista fusilado en Michoacán, mi tío Refugio
fusilado sin juicio por sospecha de ser cristero (que no lo era), mi abuelo y mi
padre asesinados por los abigeos agraristas que querían sus tierras para no
producir nada, mi tío José Gregorio (después médico) que sí fue cristero y con el
grado de General le tocó entregar las armas del ejército cristero al Gobierno; y,
con la pérdida de los medios de sustento, la desbandada para buscar cada quien
su destino en diversas partes de la República. León, México, San Luis Potosí,
Guadalajara, Monterrey, Tijuana y muchas otras ciudades han recibido a estos
alteños austeros y emprendedores, que, sin perder sus tradiciones, se han
adaptado al modo de ser de la gente del lugar.
Les fue mejor a los que abandonaron el medio rural a tiempo. Otro tío José Maria,
después de estudiar en el seminario de San Juan de los Lagos, vino a México en
plena revolucion para estudiar Derecho y se estableció en Tacubaya, en donde
pronto se formó un importante núcleo familiar, al que de cuando en cuando
llegaban otros parientes que veníar a probar fortuna en México.
Sin temor a equivocarme, puedo asequrar que los hombres y mujeres de las
actuales generaciones conservan el mismo perfil que nuestros antepasados, pero
han eliminado el aislacionismo ancestral de los alteños y aunque permanece una
tendencia individualista, se han abierto totalmente al mestizaje, pues las actuales
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