LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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parecerá que decimos puros disparates. La única conciencia positiva con que cuenta le sugiere que no<br />
está bien, y el camino mejor que le ofrecemos le suena a habilidosa artimaña. “La voluntad de creer” no<br />
se puede forzar hasta este punto; podemos tener más fe en una creencia de la que poseemos las<br />
primeras nociones, pero no podemos crear una creencia totalmente fabulada cuando nuestra percepción<br />
nos asegura activamente lo contrario. La mejor mentalidad que se nos propone nos llega, en este caso,<br />
en la forma de la pura negación de la única mentalidad que poseemos, y no podemos desear<br />
activamente una negación pura.<br />
Sólo hay dos formas de liberarse de la ira, el miedo, el sufrimiento, la desesperación y otras<br />
afecciones poco deseables; una es que la afección contraria apunte hacia nosotros de manera exclusiva,<br />
y la ora es que acabando tan exhaustos por la lucha que nos obliguemos a parar, lo dejemos correr,<br />
abandonemos y nunca más vuelva a importarnos. Nuestros centros cerebrales emocionales dejan de<br />
trabajar y quedan en una apatía temporal. Ahora bien, hay pruebas documentales de que ese<br />
agotamiento temporal frecuentemente forma parte de la crisis de conversión. Mientras vigila la<br />
preocupación egoísta del alma enferma, la expansiva confianza del alma creyente no avanza, pero<br />
dejemos que la primera pierda el cuidado, tan sólo un momento, y la última puede aprovechar la<br />
oportunidad, y una vez haya tomado posiciones las mantendrá. El Teufelsdröckh de Carlyle pasa del<br />
No eterno al Sí eterno a través de un “Centro de Indiferencia”.<br />
Os daré una explicación de esta característica del proceso de conversión. Aquel santo genuino,<br />
David Brainerd, describe su propia crisis de la manera siguiente:<br />
“Una mañana, cuando caminaba como de costumbre por un lugar solitario, vi de repente que<br />
todas las estratagemas y proyectos que tenía para llevar a término y conseguir liberarme eran<br />
totalmente vanos; había llegado a una posición donde me encontraba completamente perdido. Vi que<br />
siempre me sería imposible hacer nada para ayudarme o liberarme por mí mismo, que ya había hecho<br />
todas las demandas posibles a la eternidad, que todas eran en vano porque me di cuenta que el interés<br />
personal me había motivado y que ni una sola vez había rogado por nada relacionado con la gloria de<br />
Dios. Vi que no existía ninguna conexión necesaria entre mis plegarias y la obtención de la gracia<br />
divina, que no obligaban de ninguna manera a Dios a otorgarme su gracia y que no había más virtud o<br />
bondad en ellas que la que hay en el chapoteo de mis manos en el agua. Vi que había multiplicado mis<br />
devociones ante Dios, ayunando, rezando, etc., haciendo ver, y a veces creyendo realmente, que<br />
pretendía la gloria de Dios, cuando nunca, ni una sola vez lo pensaba; sólo buscaba mi propia felicidad.<br />
Vi que como nunca había hecho nada por Dios sólo podía esperar que me volviese pecador en virtud de<br />
mi hipocresía y mi sarcasmo. Cuando vi claramente que sólo tenía en cuenta el propio interés, mis<br />
devociones parecieron mera mofa vil y un camino de falsedades, ya que toda plegaria no era más que<br />
autoalabanza y horrible abuso de Dios.<br />
“Continué en este estado de ánimo, según recuerdo, desde el viernes por la mañana hasta el<br />
sábado siguiente por la tarde (12 de julio de 1739), cuando volví a pasear por el mismo lugar solitario.<br />
Aquí, en un estado de triste melancolía, intentaba rezar pero no tuve el valor de cumplir este deber o<br />
cualquier otro; mi anterior preocupación, la práctica y las afecciones religiosas habían desaparecido.<br />
Pensé que el Espíritu de Dios me había abandonado, pero todavía no estaba perdido; simplemente<br />
desconsolado, como si no hubiese nada en el cielo o en la tierra que me hiciese feliz. Habíame<br />
esforzado por rezar, aunque pensaba que de forma estúpida y sin sentido, durante casi media hora.<br />
Entonces, cuando caminaba por un bosque espeso, una serenidad inexplicable pareció abrir camino a la<br />
aprehensión de mi alma. No hablo de ningún fenómeno externo, ni de ninguna ilusión de algo<br />
luminoso, sino de abrir una nueva aprehensión interior o visión que tuve de Dios, como nunca la había<br />
tenido, ni nada que se le pareciera minimamente. No tuve ninguna aprehensión particular de ninguna<br />
persona de la Trinidad, ni del Padre, ni del Hijo, ni del Espíritu Santo, pero se asemejaba a la gloria<br />
divina. Mi alma se alegró con una alegría indescriptible de ver un Dios semejante, un Ser Divino<br />
glorioso como aquél, yo estaba interiormente complacido y satisfecho de que fuese Dios sobre todas las<br />
cosas y por los siglos de los siglos. Mi alma permanecía cautivada y gozosa con la excelencia de Dios,<br />
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