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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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había leído “la carne se erige contra el espíritu, el espíritu contra la carne”. Yo era yo en los dos deseos,<br />

pero más todavía en aquel que aprobaba que en el que desaprobaba. Sin embargo, fue a través de mí<br />

mismo como el hábito consiguió dominar sobre mí, ya que fui de buen grado donde no quería. Ligado<br />

todavía a la tierra, rechacé ¡oh, Señor! luchar a tu lado, temeroso de desasirme de todas las cadenas<br />

cuando debería haber temido que me frenasen.<br />

“Así, los pensamientos sobre los que meditaba en vos eran como los esfuerzos de alguien que<br />

quería despertar pero, dominado todavía por el sueño, vuelve a dormirse en seguida. Frecuentemente,<br />

un hombre, cuando está muy adormecido, se propone despertar y aunque no lo pretenda se estimula. Al<br />

igual, yo estaba dispuesto a rendirme a vos en lugar de plegarme a mis propios deseos, aunque el<br />

primer camino me convencía, el último me agradaba y me retenía. No había nada en mí que contestase<br />

a vuestra llamada “despierta tú que duermes”; sólo palabras incoherentes, adormecidas. “¡Ahora sí,<br />

ahora, espera un instante!” Pero la hora no llegaba nunca y el momento se iba alargando... Porque tenía<br />

miedo de que me atendieran demasiado pronto y me curasen rápidamente de mi lujuria que más bien<br />

deseaba alimentar que ver extinta. Flagelé mi alma con el látigo de las palabras, pero me acobardaba<br />

aunque no tenía ninguna excusa... Me repetía en mi interior: “Ven, que sea ahora”, y mientras lo<br />

pronunciaba constituía una resolución. Casi lo hacía, pero no lo acababa de hacer. Hice otro esfuerzo y<br />

casi triunfé, pero no lo conseguí, dudando entre morir a la muerte o vivir a la vida. El mal al que ya<br />

estaba acostumbrado me retenía más que la vida mejor que no había probado”. 7<br />

No hay descripción más perfecta de la voluntad dividida cuando los deseos superiores no<br />

poseen aquella agudeza, aquel toque de intensidad explosiva, de calidad dinámica (en la jerga de los<br />

psicólogos) que les permita romper el caparazón e irrumpir eficazmente en la vida y reprimir las<br />

tendencias inferiores para siempre. Continuaremos en esto más adelante.<br />

Encuentro otra buena descripción de la voluntad dividida en la autobiografía de Henry Alline, el<br />

evangelista de Nueva Escocia del que hablé en la última conferencia sobre la melancolía. Los pecados<br />

del pobre joven eran, como veréis, de lo más leve, pero se interferían con lo que resultó ser su<br />

verdadera vocación y por ello le preocuparon mucho.<br />

“Llevaba una vida altamente moral, pero no encontraba reposo para mi conciencia. Los jóvenes<br />

apreciaban mi compañía porque no sabían nada de mi mente, y su estima llegó a ser una trampa para mi<br />

alma, ya que bien pronto comencé a apreciar el gozo carnal, aunque todavía me congratulaba de que si<br />

no me embriagaba, ni juraba, no había pecado alguno en divertirse y en el gozo carnal y pensaba que<br />

Dios sería indulgente con la gente joven y con sus pasatiempos. Todavía observaba una prioridad de<br />

deberes y no me arriesgaba a caer en ningún vicio público, pero ello sólo resultó eficaz en tiempo de<br />

salud y prosperidad; sin embargo, cuando estaba preocupado o me amenazaba alguna enfermedad, la<br />

muerte, o impresionantes tempestades, mi religión no iba bien; encontré que le faltaba alguna cosa y<br />

comencé a arrepentirme de tanta frivolidad. Pero apenas la preocupación desaparecía, el demonio y mi<br />

propio cuerpo perverso, con la solicitud de mis cómplices y mi aquiescencia, constituían tentaciones<br />

fuertes y acababa cediendo. Me volví disipado y rudo, pero al propio tiempo mantenía los momentos de<br />

plegaria secreta y de lectura. Dios, que no quería que me destruyera por mí mismo, aún me seguía con<br />

su requerimiento y, a veces, en medio de mi alegría, tenía un sentimiento tan grande de mi perdida y<br />

abandonada condición que quería alejarme de mis compañeros. Cuando todo acababa y volvía a casa,<br />

hacía promesas de no volver a esas diversiones y pedía perdón durante horas y horas, pero cuando<br />

volvía a presentarse la tentación, me dejaba llevar. Tan pronto como escuchaba música y bebía un vaso<br />

de vino sentía animarse mi espíritu y al momento me entregaba a cualquier género de alegría o<br />

diversión que no encontraba licencioso ni abiertamente vicioso; pero cuando regresaba de mi alegre<br />

francachela me sentía más culpable que nunca e incluso no podía dormir hasta después de largas horas.<br />

Era una de las criaturas más infelices de la tierra.<br />

7 Confessiones, libro VIII, caps. V, VII, XI, versión inglesa resumida.<br />

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