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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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los encontramos algo distintos de los motivos señalados normalmente. Antes de citar ejemplo alguno,<br />

os sugiero incluso hacer algunas consideraciones generales concernientes por igual a todos.<br />

Una transformación moral curiosa se extendió por el mundo occidental durante el siglo pasado.<br />

Ya no pensamos que estamos llamados a sufrir el dolor físico con ecuanimidad, ya no se espera que un<br />

hombre deba soportarlo o eludirlo, y cuando oímos relatos de casos de dolor se nos pone la carne de<br />

gallina, tanto moral como físicamente. El modo en que nuestros antepasados consideraban el dolor, en<br />

calidad de un ingrediente eterno del orden del mundo, y tanto el hecho de sufrirlo como de proveerlo<br />

era una rutina del trabajo diario, nos llena de sorpresa. Nos maravilla que los seres humanos fuesen tan<br />

insensibles. El resultado de esta transformación histórica es que incluso en la Iglesia católica, donde la<br />

disciplina ascética tiene un prestigio tradicional como un factor de mérito, ha caído en desuso, por no<br />

decir en total de crédito. Un creyente que se flagela o «disciplina» hoy en día provoca más sorpresa y<br />

temor que emulación. Muchos escritores católicos que admiten que los tiempos han cambiado en este<br />

aspecto lo afirman con resignación, e incluso añaden que quizá sea para no malgastar sentimientos, ya<br />

que volver a la heroica disciplina corporal de antes puede constituir una extravagancia.<br />

Buscar lo fácil y placentero parece ser instintivo y así debe conducirse el hombre. Cualquier<br />

tendencia a perseguir lo difícil y doloroso como tales y por su propio interés se presenta como puramente<br />

anormal. No obstante, es natural y corriente que la naturaleza humana busque lo difícil en<br />

grados moderados. Sólo las manifestaciones extremas de esa tendencia deben mirarse como una<br />

paradoja.<br />

Las razones psicológicas de todo esto son bastante simples. Cuando abandonemos las<br />

abstracciones y tomemos lo que denominamos nuestra voluntad en acto, veremos que se trata de una<br />

función muy compleja. Implica estímulos e inhibiciones, sigue hábitos generalizados, está acompañada<br />

de críticas reflexivas y deja un buen o mal gusto a tenor de cómo se haya realizado. El resultado es que,<br />

un poco al margen del placer inmediato que puede proporcionarnos cualquier experiencia de los<br />

sentidos, nuestra actitud moral general por procurar o proseguir la experiencia comporta una<br />

satisfacción o aversión secundarias. Algunos hombres y mujeres pueden vivir siempre de sonrisas y de<br />

la palabra «sí»; pero para otros (de hecho la mayoría) esto constituye un clima moral demasiado tibio y<br />

moderado. La felicidad pasiva es laxa e insípida, y frecuentemente se vuelve intolerable. Si hay que<br />

mezclar una pizca de austeridad, de fría negatividad, de rudeza, de peligro, de rigor y de esfuerzo,<br />

algunos «no, no» son necesarios para producir la sensación de una existencia con carácter, textura y<br />

fuerza. La lista de diferencias individuales con respecto a todo esto es enorme, pero sea cual sea la<br />

mezcla de síes y noes, la persona concreta se da cuenta infaliblemente de cuándo presenta la proporción<br />

adecuada para el sí; esto es, piensa, «mi vocación constituye lo óptimo, la ley, la vida que debo vivir;<br />

encuentro aquí el grado de equilibrio, de seguridad y de calma que necesito o bien el desafío, la pasión,<br />

la lucha y la dureza sin las que mi energía moral languidece».<br />

El alma individual, resumiendo, como cualquier máquina u organismo individuales, posee sus<br />

mejores condiciones de eficiencia; una determinada máquina funcionará mejor con una cierta presión<br />

de vapor, un amperaje determinado; un organismo vivo lo hará con una cierta dieta, peso o ejercicio.<br />

Parece que está mejor, le dice el médico al paciente, con una presión arterial de 140 milímetros. Y<br />

ocurre lo mismo con nuestras bien diferentes almas; algunas se sienten más felices con el buen tiempo,<br />

otras precisan la sensación de tensión, de voluntad tensa para sentirse bien y activas; sin embargo, estas<br />

últimas pagarán lo que ganan día a día con el sacrificio y la inhibición; lo contrario resulta demasiado<br />

fácil y apenas entusiasma.<br />

Ahora bien, cuando los caracteres de este último tipo se vuelven religiosos, se convierten en<br />

idóneos para oponer su extremada necesidad de esfuerzo y negatividad frente a ellos mismos, contra su<br />

yo natural, y como consecuencia se desarrollará la vida ascética.<br />

Cuando el profesor Tyndall afirma en una de sus conferencias que gracias a la influencia de<br />

Thomas Carlyle se metía en la bañera cada mañana del invierno helado en Berlín, subraya uno de los<br />

complejos inferiores de ascetismo; inclusive sin Carlyle, la mayoría de nosotros encontramos saludable<br />

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