LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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todavía durante años, ya que, con el físico de un elefante, siempre me recuperaba y cuando dejaba de<br />
beber era el hombre que más disfrutaba de la vida.<br />
“Me convertí en mi habitación de la rectoría de mi padre, exactamente a las tres de la tarde de<br />
un caluroso día de julio (13 de julio de 1886). gozaba una salud perfecta ya que hacía casi un mes que<br />
no bebía. Mi alma no tenía ninguna preocupación; de hecho, aquel día no pensaba en Dios. Una señora<br />
joven me envió el libro Natural Law in the Spiritual World, del profesor Drummond, pidiéndome mi<br />
opinión del mismo como una obra literaria. Orgulloso de mi talento crítico, y con ganas de incrementar<br />
la estimación de mi nueva amiga, llevé el libro a mi habitación para estudiarlo detenidamente y<br />
escribirle lo que pensaba. Aquí fue donde dios me encontró cara a cara y jamás olvidaré el encuentro.<br />
“Aquel que posee al Hijo tiene la vida eterna, aquel que no posee al Hijo no tiene vida”, había leído eso<br />
mil veces, pero ésta fue diferente. Ahora estaba en presencia de Dios y mi atención parecía<br />
absolutamente “soldada” a este versículo, sin poder continuar el libro hasta que resolviera las<br />
implicaciones de tales palabras. Sólo entonces pude percibir que había otro ser en mi habitación a pesar<br />
de que no lo veía; el silencio era maravilloso y me sentí extremadamente feliz; se me demostró<br />
claramente por segunda vez que nunca había estado en contacto con el Eterno y que si moría en aquel<br />
momento estaría inevitablemente perdido. Estaba condenado, lo sabía tan bien como ahora sé que estoy<br />
salvado.<br />
“El Espíritu de Dios me lo mostró con amor inefable, sin terror; sentía el amor de Dios sobre mí<br />
tan poderosamente que sólo la enorme pena de haberlo perdido todo me sobrecogió en mi locura. ¿Qué<br />
podía hacer? ¿qué debía hacer?, ni siquiera me arrepentía; Dios nunca me pidió que lo hiciera. Todo lo<br />
que sentía era “estoy perdido” y Dios no podía hacer nada aunque me amara. El Todopoderoso no tenía<br />
ninguna culpa. Me sentí todo el tiempo extremadamente alegre, como un niño pequeño cuando está con<br />
su padre; me había portado mal pero mi padre no me reñía, sino que me quería de la forma más<br />
maravillosa. Mi condena estaba decidida, estaba perdido; y siendo de naturaleza valiente, no desfallecí;<br />
sólo estaba embargado por una intensa pena de lo pasado, confundido, con pesar por lo que había<br />
perdido, y mi alma se tambaleaba dentro de mí al pensar que todo había terminado.<br />
“Entonces penetró en mí suavemente, con amor, inequívocamente, el convencimiento de una<br />
solución. ¿Cuál era después de todo?, la vieja historia de siempre relatada de la manera más sencilla:<br />
“No hay ningún medio en la tierra por el que puedas salvar excepto Jesucristo”. No se me dijo nada<br />
más, mi alma parecía ver al Salvador en su espíritu, y desde aquel momento hasta ahora, nueve años<br />
después, nunca tuve una sola duda de que aquella tarde el Señor Jesucristo y Dios Padre me<br />
persuadieron, cada uno de forma diferente, los dos con el amor más perfecto que se pueda imaginar; y<br />
yo disfruté, allí y en aquel momento, de una conversión tan sorprendente que todo el pueblo se enteró<br />
en veinticuatro horas.<br />
»Pero todavía llegaría un tiempo de conflictos. A la mañana siguiente de mi conversión fui al<br />
campo de heno para ayudar en la recogida, y al no haber prometido a Dios que me abstendría de beber,<br />
o que al menos me moderaría, bebí demasiado y volví a casa embriagado. Mi hermana estaba muy<br />
triste y me avergoncé de mí mismo retirándome en seguida a mi habitación. Me siguió llorando, y me<br />
dijo que había caído de nuevo. Aunque estaba saturado de bebida (pero no inconsciente), supe que el<br />
trabajo de Dios, que había comenzado ya, no sería en vano. Al mediodía hice, de rodillas, mi primera<br />
plegaria a Dios en veinte años; no pedí perdón, sabía que esto no era bueno porque reincidiría. Bien,<br />
¿qué podía hacer?, me comprometí, con el convencimiento más profundo, a destruir mi individualidad,<br />
que Dios solicitaba y yo deseaba entregar. El secreto de una vida feliz y santa consiste en una rendición<br />
semejante; desde aquel momento nunca más he temido a la bebida y jamás la toco, nunca la deseo. Me<br />
pasó lo mismo con la pipa, después de ser un regular fumador desde los doce años, el deseo<br />
desapareció de golpe y nunca más volvió. Así de cada pecado conocido me he ido liberando, en cada<br />
ocasión completa y permanentemente. No he padecido ninguna tentación desde la conversión; parece<br />
que Dios ha excluido a Satanás de mi camino. En otras cosas tuvo vía libre, pero nunca en los pecados<br />
de la carne. Desde que dejé a Dios la posesión de mi vida me ha guiado de mil maneras y ha abierto mi<br />
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