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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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de crecimiento en otros credos y otros países, aunque la esencia del cambio sería la misma (ya que es,<br />

en general, inevitable), sus trastornos serían diferentes... En países católicos, por ejemplo, y en nuestras<br />

sectas episcopalianas, esta preocupación y convicción de pecado no es tan usual como en las sectas que<br />

estimulan los renacimientos espirituales. Al confiar en los sacramentos, en esas instituciones<br />

eclesiásticas más estrictas, no hay tanta necesidad de orientar y acentuar la aceptación personal de la<br />

salvación.<br />

Pero todo fenómeno imitativo ha de haber tenido un modelo original y propongo que en el<br />

futuro nos mantengamos tan cerca como podamos de las formas más directas y originales de<br />

experiencia. Se encuentran con mayor frecuencia en casos adultos esporádicos.<br />

El profesor Leuba, en un valioso artículo sobre la psicología de la conversión, 6 condiciona el<br />

aspecto teológico de la vida religiosa casi por entero a un aspecto moral. Define el sentido religioso<br />

como “el sentimiento de incompletud, de imperfección moral, de pecado - para hacer servir la palabra<br />

técnica - junto con el anhelo de encontrar la paz de la unidad”. Escribe: “La palabra religión significa<br />

cada vez más el conglomerado de deseos y emociones que emergen del sentido de pecado y de su<br />

liberación”, y proporciona numerosos ejemplos donde encontramos que en el pecado figura desde la<br />

embriaguez hasta la soberbia espiritual, para demostrar que el sentido de pecado nos asediará y<br />

ansiaremos la liberación de manera tan urgente como la angustia de la carne enferma en cualquier<br />

forma de miseria física.<br />

Sin duda, esta concepción abraza un número inabarcable de casos. Uno de éstos, por ejemplo, es<br />

el de mister S. H. Hadley, que después de su conversión se transformó en un activo y útil redentor de<br />

alcohólicos en Nueva York. Su experiencia fue como sigue:<br />

“Un martes por la tarde, sentado en un bar de Harlem, era un borracho sin casa, sin amigos,<br />

moribundo. Había empeñado o vendido todo lo que me podía proporcionar bebida; no podía dormir sin<br />

no estaba completamente embriagado. Hacía días que no comía y las cuatro noches anteriores había<br />

padecido delirium tremens, terrores, desde medianoche hasta la mañana. Frecuentemente me había<br />

repetido “jamás seré un vagabundo”, “nuca seré un holgazán; cuando llegue ese día, si llega, encontraré<br />

un lugar en el fondo del río”. Pero el Señor lo dispuso de tal manera que cuando llegó el día esperado<br />

no podía andar ni una cuarta parte del camino hasta el río”. Pero el Señor lo dispuso de tal manera que<br />

cuando llegó el día esperado no podía andar ni una cuarta parte del camino hasta el río. Mientras estaba<br />

así, pensando, sentí una presencia grande y poderosa. Entonces no sabía qué era, más tarde supe que<br />

era Jesús, el amigo del pecador. Fui hacia la barra del bar y la golpeé hasta que los vasos se<br />

tambalearon; los que bebían miraban con curiosidad desdeñosa. Grité que nunca más bebería si había<br />

de morir en la calle, y me sentía como si eso hubiese de suceder antes de la mañana siguiente. Alguien<br />

me respondió: “Si quieres mantener esta promesa ve a que te encierren”. Fui al cuartel de policía más<br />

próximo e hice que me encerraran; estaba en una celda estrecha y parecía que todos, todos los<br />

demonios que encontraban sitio estuviesen allí conmigo. NO era ésta toda la compañía que tenía. ¡No!,<br />

por el amor de Dios, aquel espíritu que había aparecido en el bar estaba allí y repetía: “¡Reza!” Lo hice<br />

y a pesar de que no encontraba gran ayuda continué. Tan pronto como pude dejar la celda me levaron al<br />

tribunal y fui reenviado a la celda. Al final me dejaron libre y me dirigí a casa de mi hermano que me<br />

atendió. Mientras estaba en la cama el Espíritu consejero no me abandonó y cuando el segundo sábado<br />

me levanté noté que aquel día se decidiría mi destino; y hacia la tarde se me ocurrió ir a la misión de<br />

Jerry M’Auley. Fui, la casa estaba llena y me abrí paso con dificultad hacia la tribuna. Allí vi al apóstol<br />

del embriagado y el marginado, al hombre de Dios, Jerry M’Auley, se acercó y, en medio de un gran<br />

silencio, explicó su experiencia. Había tal sinceridad en aquel hombre que destilaba convicción y me<br />

son meditados y nos hablan de vez en cuando, hasta que se vuelven más y más notables según su punto de vista y otras<br />

partes que son descuidadas se vuelven más y más oscuras. Así, lo que han experimentado es forzado insensiblemente hasta<br />

conformarlo exactamente con el esquema ya establecido en sus mentes. A pesar de esto, resulta natural para los sacerdotes,<br />

que han de tratar con aquellos que insisten en la precisión del método. Treatise on Religious Affectiones.<br />

6 Estudios sobre la psicología de los fenómenos religiosos, “American Journal of Psychology”, VII, p. 309 (1986).<br />

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