LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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»A través de estas experiencias, uno percibe que es amable y tolerante con la otra gente, hasta<br />
con aquellos que son repulsivos, negligentes o tienen mala voluntad, ya que también ellos son<br />
instrumentos del bien en manos de Dios, y a menudo los más eficientes. Sin estos pensamientos sería<br />
difícil, incluso para los mejores, conservar la ecuanimidad. Pero con la conciencia dc la guía divina, se<br />
perciben muchas cosas en la vida de manera harto diferente a como sería posible de otro modo...<br />
»Todo esto son cosas que todo ser humano conoce, que ha experimentado y de las que podrían<br />
darse ejemplos. Las fuentes superiores de la sabiduría humana son incapaces de alcanzar lo que, bajo la<br />
guía divina, nos llega a manos llenas.» 17<br />
Los relatos como éste se funden con otros donde la creencia estriba, más bien, no en que los<br />
sucesos particulares resultan particularmente bien dispuestos por una providencia excepcional. mente<br />
cuidadosa, como premio a nuestra confianza, sino en que cultivando el sentimiento de vínculo con el<br />
poder que hizo las cosas como son estamos mejor dispuestos para su aceptación. La cara externa de la<br />
naturaleza no necesita alterarse, pero las expresiones de significado lo hacen por ella; estaba muerta y<br />
de nuevo vive. Es como la diferencia que media entre mirar a una persona con amor o mirarla con<br />
indiferencia; en el primer caso, la comunicación se presenta con una recuperada vitalidad. Por<br />
consiguiente, cuando los afectos se ponen en contacto con la divinidad creadora del mundo, cl temor y<br />
el egoísmo desaparecen, y en la serenidad que se produce es posible encontrar en las horas, según van<br />
sucediéndose, una serie de matices benignos. Es como si todas las puertas se abriesen y todos los<br />
caminos se allanasen suavemente. Hallamos un mundo transfigurado cuando percibimos el viejo<br />
mundo en el espíritu que este tipo de plegaria inspira.<br />
Éste era el espíritu de Marco Aurelio y de Epicteto, también el de los curanderos mentales, de<br />
los trascendentalistas y de los llamados cristianos «liberales». Como clara expresión citaré una página<br />
de los sermones de Martineau:<br />
«El universo, abierto a nuestros ojos, es como era hace mil años, y el himno matinal de Milton<br />
no canta sino la belleza con la que nuestro propio sol familiar vistió a los primeros jardines y tierras del<br />
mundo. Vemos todo lo que nuestros padres vieron. Y si no podemos encontrar a Dios en nuestras casas<br />
o en la mía, al borde del camino o a la orilla del mar, en la semilla que estalla o en la flor que se abre,<br />
en el deber del día o en la meditación de la noche, en la risa compartida y el pesar secreto, en la<br />
procesión de la vida, siempre comenzando de nuevo, transcurriendo solemnemente y desapareciendo,<br />
no creo que lo distingamos en la hierba del Edén o bajo la luna de Getsemaní. Depender de Él no<br />
implica el deseo de milagros mayores, sino el del espíritu de percibir los que nos rodean, que nos<br />
impelen a arrinconar la santidad hacia lejanos espacios donde no podemos alcanzarla. El devoto siente<br />
que donde está la mano de Dios hay milagro, y es una irreverencia imaginar que sólo donde hay<br />
milagro puede estar de verdad la mano de Dios. La costumbre habría de ser, a nuestros ojos, más<br />
sagrada que sus anomalías; los antiguos caminos, de los que el Altísimo nunca se cansa, más queridos<br />
que las cosas sorprendentes que no estima lo suficiente como para repetirlas. Y aquel que distinga bajo<br />
el sol, al levantarse cada mañana, el magnífico dedo del Todopoderoso, puede recuperar la sorpresa<br />
suave y reverente con la que Adán miró la primera aurora en el paraíso. No se trata de un cambio<br />
exterior, ni un cambio de tiempo o lugar, sino sólo la meditación amorosa del puro de corazón, capaz<br />
de despertar al Eterno en nuestras almas; de volver a la realidad y restablecer su antiguo nombre de<br />
"Dios viviente". 18<br />
17 C. HILTY, Giück, Dritter Theil, 1900 pp. 92 y ss.<br />
18 James MARTINEAU, final del sermón «Help Thou Mine Belief», en Endeavours after a Christian Life, 2a. serie.<br />
Compárese con este pasaje el fragmento de VOYSEY, en el capítulo anterior y los de PASCAL y Madame GUYON en los<br />
que preceden.<br />
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