LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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para mantener la vida estable. Si el equilibrio existe, ninguna facultad puede ser demasiado fuerte -<br />
simplemente obtenemos el carácter completo más fuerte. En la vida de los santos, llamada así<br />
téculcamente, las facultades espirituales son fuertes, pero lo que otorga una impresión de extravagancia<br />
resulta ser, al estudiarlo, una deficiencia relativa del intelecto. La exaltación intelectual toma forma<br />
patológica cuando otros intereses son demasiado escasos y el intelecto demasiado restringido. Así lo<br />
vemos ejemplificado en todos los atributos santos - el amor devoto a Dios, la pureza, la castidad, el<br />
ascetismo, todos pueden desencaminarse. Pasaré revista a todas estas virtudes sucesivamente.<br />
En primer lugar, tomemos la devoción. Cuando está desequilibrada uno de sus vicios se llama<br />
fanatismo. El fanatismo (cuando no es una simple expresión de la ambición eclesiástica) no es otra cosa<br />
que lealtad llevada a un extremo exaltado. Cuando una mente intensamente leal pero estrecha se aferra<br />
a la idea de que una persona sobrehumana merece su devoción exclusiva, una de las primeras cosas que<br />
suceden es que idealiza esa misma devoción. Darse cuenta adecuadamente de los méritos del ídolo<br />
llega a ser un gran mérito del adorador, y los sacrificios y servilismos mediante los que los hombres de<br />
las tribus salvajes manifestaban, desde tiempos inmemoriales, su fidelidad a los jefes, quedan ahora<br />
sobrepasados en favor de la deidad. Se agotan los vocabularios y se alteran los lenguajes en el intento<br />
de alabarla suficientemente; se mira la muerte como una ganancia si atrae su benevolencia, y la actitud<br />
personal de ser su devoto se torna lo que casi podríamos llamar un tipo nuevo y exaltado de<br />
especialidad profesional de la tribu. 2 Las leyendas que se acumulan alrededor de las personas santas<br />
son fruto de este impulso de glorificación. Buda, 3 Mahoma, 4 sus seguidores y muchos santos<br />
cristianos están insertos en una serie de anécdotas que pretenden ser honoríficas pero que son simplemente<br />
abgeschmackt, estúpidas, y forman una conmovedora expresión de la equivocada propensión<br />
del hombre a la alabanza.<br />
Una consecuencia inmediata de esta condición mental son los celos por el honor de la deidad.<br />
¿Cómo puede el devoto demostrar mejor su lealtad sino por medio de la susceptibilidad al respecto? La<br />
ofensa más pequeña le ha de molestar; los enemigos de la deidad deben avergonzarse. En mentes<br />
demasiado estrechas pero de voluntad activa, esta ansiedad puede llegar a ser una preocupación<br />
absorbente; las cruzadas han sido siempre predicadas y las matanzas instigadas por la única razón de<br />
reparar una supuesta ofensa a Dios. Las teologías que representan a los dioses como conscientes de su<br />
gloria y las Iglesias con políticas imperialistas han conspirado para atizar este temperamento hasta el<br />
paroxismo, de manera que la intolerancia y la persecución han llegado a ser vicios que algunos de<br />
nosotros asociamos siempre con la santidad. Éstos son incuestionablemente sus pecados habituales. El<br />
temperamento santo es un temperamento moral y un temperamento moral frecuentemente ha de ser<br />
cruel. Un David no conoce la diferencia entre sus enemigos y los enemigos de Jehová; una Catalina de<br />
Siena que anhelaba detener la guerra entre los cristianos, que era el escándalo de la época, no puede<br />
pensar ningún lazo mejor de unión que una cruzada para aniquilar a los turcos; Lutero no encuentra<br />
ninguna palabra de protesta o de piedad con referencia a los atroces tormentos en que morían los<br />
2 Los santos cristianos han tenido sus devociones particulares: san Francisco, a las heridas de Cristo; san Antonio de Padua,<br />
a la niñez de Cristo; san Bernardo, a su humanidad; santa Teresa, a san José, etc. Los mahometanos chiitas veneraa a Att, el<br />
yerno del profeta, en lugar de a Abu-Bekr, su cuñado. Vambéry describe a un derviche que conoció en Persia, «el cual había<br />
prometido solemnemente, desde hacía treinta años, que nunca emplearía los órganos del habla excepto para repetir.<br />
eternamente, el nombre de su predilecto, Alí, Alí. Así quería decir al mundo que él era el fiel más devoto de aquel Ah que<br />
había muerto Isacla mil años. En su propia casa, al hablar con su mujer, hijos y amigos, nunca salió de su boca una palabra<br />
excepto "Alí". Sí quería comer o beber o cualquier otra cosa, expresaba sus deseos diciendo y repitiendo "¡Ah!". Más tarde,<br />
su celo tomó unas proporciones tan desmesuradas que corría como un loco, durante todo el día, arriba y abajo, por las calles<br />
de la ciudad lanzando su bastón al aire y gritando mientras tanto con toda la fuerza de su voz: "¡Alí!"'. Este derviche era<br />
venerado por todos como un santo, y era recibido en todas partes con la distinción más grande. Aminius Vambéry, his Lífe<br />
and Adventures, escrita por él mismo, Londres, 1889, p. 69. En el aniversario de la muerte de Hussein, el hijo de Att, los<br />
musulmanes chiitas todavía atruenan al aire gritando su nombre y el de Alí.<br />
3 Véase H. C. WARREN, Buddhism in Traslation, Cambridge, U.S., 1898.<br />
4 Véase J. L. MERRICK, The Life and Religion of Mohammed as contained in the Sheeah traditions of the Hyat-ul-Kuloob,<br />
Boston, 1850.<br />
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