LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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“El viernes pasado, al atardecer, tuve una revelación. Estaba en casa de Mary y dije alguna cosa<br />
sobre la presencia de espíritus (afirmé que yo a menudo era poco consciente de ella). El señor Putman y<br />
yo comenzamos una conversación sobre temas espirituales; mientras hablaba algo se alzó ante mí como<br />
un destino vago que surgía del Abismo. Nunca había sentido el Espíritu de Dios en mí y a mi alrededor<br />
tan claramente, parecía que el aire fuese y viniese con la presencia de algo, no sé de qué. Hablé con la<br />
alma y la claridad de un profeta, no os puedo decir en qué consistía aquella revelación, aún no la he<br />
estudiado suficientemente, pero un día alcanzaré a perfeccionarla y después sentiréis y conoceréis su<br />
grandeza”. 7<br />
Ésta es una experiencia más larga y elaborada de la comunicación manuscrita de un clérigo. La<br />
he sacado de la recopilación de manuscritos de Starbuck:<br />
“Recuerdo la noche y casi el lugar preciso, en la cima de la montaña, donde mi alma se<br />
expandía, por decirlo de alguna manera, hacia el Infinito. Se produjo una unión impetuosa de los dos<br />
mundos, el exterior y el interior; se trataba de lo profundo llamando a lo profundo, lo profundo que mi<br />
propia lucha había abierto dentro de mi ser, contestado por lo profundo impenetrable del exterior, que<br />
llegaba más allá de las estrellas. Estaba solo con Aquel que me había creado, a mí y a toda la belleza<br />
del mundo, el sufrimiento e, incluso, la tentación. Yo no lo buscaba, pero sentía la unión perfecta de mi<br />
espíritu con el suyo. El sentido normal de las cosas de mi alrededor había cambiado y, de momento, tan<br />
sólo sentía una alegría y una exultación inefables. Era como el efecto de una gran orquesta cuando<br />
todas las notas dispersas se han fundido en una armonía distendida que deja al oyente consciente<br />
únicamente de que su alma flota, casi rota de emoción. La perfecta quietud de la noche se estremecía<br />
tan sólo por un silencio aún más solemne, y la oscuridad era todavía más patente afuera de invisible.<br />
No podía dudar que Él estaba allí lo mismo que yo; de hecho, sentía, si es posible, que yo era el menos<br />
real.<br />
“Mi fe más elevada en Dios surgió en aquel momento y la idea más verdadera de Dios; desde<br />
entonces he permanecido sobre el Monte de la Visión, y he sentido al Eterno a mi alrededor. Pero<br />
ninguna otra vez ha sufrido mi corazón la misma agitación. Creo que en aquel momento, si lo he estado<br />
alguna vez, estuve cara a cara frente a Dios, y renací de su Espíritu. No hubo, tal y como lo recuerdo,<br />
un cambio brusco de pensamiento o de creencias, con excepción del florecimiento de mi primera y<br />
tosca concepción; ni tampoco aniquilación de las cosas viejas, sino una rápida y prodigiosa revelación.<br />
Desde entonces ninguna de las discusiones que he escuchado sobre la existencia de Dios ha podido<br />
debilitar mi fe. Tras haber sentido la presencia del Espíritu de Dios aquella vez, jamás me ha<br />
abandonado por largo tiempo. La evidencia que me asegura con más fuerza su existencia está<br />
profundamente enraizada en aquella hora de visión, en la memoria de aquella suprema experiencia, y<br />
en la convicción, adquirida por la lectura y la reflexión, de que a cuantos han encontrado a Dios les ha<br />
ocurrido algo similar. Sé que con justicia puede llamarse mística; no tengo suficientes conocimientos<br />
filosóficos para defenderla de esta acusación ni de cualquier otra. Creo que al escribirlo lo he<br />
sobrecargado de palabras y o os lo he aclarado suficientemente, pero lo he descrito con tanta precisión<br />
como me ha sido posible”.<br />
Aquí tenemos otro documento, de carácter aún más definido, que traduzco del francés original,<br />
ya que el autor es suizo. 8<br />
“Tenía una salud perfecta, era el sexto día de excursión y estábamos bien entrenados. El día<br />
anterior habíamos llegado a Trient desde Sixt pasando por Buet. NO estaba cansado ni tenía hambre ni<br />
sed, y mi estado de ánimo era igualmente saludable; en Forlaz había recibido buenas noticias de casa,<br />
7 Letters of Lowell, I, p. 75.<br />
8 Lo tomo, con permiso del profesor Flournoy, de su espléndida colección de documentos psicológicos.<br />
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