LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA
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Si abrimos el capítulo sobre asociación de cualquier tratado de psicología, leeremos que las<br />
ideas del hombre, los propósitos y los objetivos forman grupos y sistemas internos, relativamente<br />
independientes entre sí. Cada “objetivo” despierta un cierto tipo específico de interés y reúne un grupo<br />
de ideas subordinadas y asociadas a él; si el objetivo y la excitación son de tipo diferente, sus grupos de<br />
ideas tendrán poco en común. Cuando hay un grupo presente y aumenta el interés, todas las ideas<br />
relacionadas con otros grupos han de quedar excluidas del terreno mental. Cuando el presidente de<br />
Estados Unidos, con una escopeta y una caña de pescar acampa en un desierto para descansar, cambia<br />
su sistema de ideas de arriba a bajo. Las preocupaciones presidenciales quedan completamente en el<br />
fondo, los hábitos oficiales son sustituidos por los hábitos de un hijo de la naturaleza y aquellos que<br />
sólo conocen al hombre como al firme magistrado o “lo tomarían por la misma persona” si le viesen de<br />
excursión. Si nunca volviera a su ocupación oficial, y nunca más se interesara por la política sería,<br />
desde intereses y propósitos prácticos, un ser que ha sufrido una transformación. Nuestras alteraciones<br />
ordinarias de carácter, mientras pasan de un objetivo a otro no se denominan transformaciones, porque<br />
cada una de ella es rápidamente seguida por la otra en dirección contraria, pero como nunca un objetivo<br />
es tan estable como para expulsar definitivamente a sus anteriores rivales de la vida del individuo,<br />
tendremos que hablar del fenómeno, y probablemente concebirlo, como una transformación.<br />
Estas alteraciones constituyen las formas más completas en las que el yo se puede dividir. Una<br />
de las más incompletas es la coexistencia simultánea de dos o más grupos de objetivos, de los cuales<br />
uno tiene prácticamente el camino libre a instiga a la actividad, mientras los otros sólo son buenas<br />
intenciones, y prácticamente nunca llegan a nada. Las aspiraciones de san Agustín por alcanzar una<br />
vida más pura (en la conferencia anterior) pueden servir de ejemplo. Otro, puede ser el del presidente<br />
en el esplendor de su carrera preguntándose si todo es vanidad y si la vida del leñador no es el destino<br />
más saludable. Estas aspiraciones pasajeras son simples veleidades caprichosas; existen en los rincones<br />
más remotos de la mente y el yo real del hombre, pero el centro de sus energías está ocupado por un<br />
sistema totalmente diferente. Mientras la vida continúa se da un cambio constante en nuestros intereses,<br />
y en consecuencia, un cambio de lugar en nuestros sistemas de ideas, de partes de la conciencia más<br />
centrales a las más periféricas, y viceversa. Recuerdo, por ejemplo, una tarde, cuando era joven, que mi<br />
padre leía en un diario de Boston aquel fragmento del testamento de lord Gifford en el que crea estas<br />
cuatro plazas de profesor; en aquel tiempo no pensaba ser profesor de filosofía, y lo que sentí quedaba<br />
tan lejos de mi vida como si estuviese relacionado con Marte. Ahora estoy aquí, con el sistema Gifford<br />
como parte y parcela de mí mismo, y con todas mis energías, por el momento, dedicadas a<br />
identificarme con él. Mi alma, así se sitúa en lo que antes era prácticamente un objeto irreal y desde allí<br />
habla como desde su propio entorno y centro.<br />
Cuando digo “alma” no debéis tomarlo en sentido ontológico a menos que lo prefiráis así, ya<br />
que aunque el lenguaje ontológico es característico de estas materias, budistas o humanos pueden<br />
describir perfectamente los hechos en los términos fenoménicos que prefieran; para ellos el alma es<br />
sólo una sucesión de campos de conciencia, aunque en cada campo se encuentra un centro de<br />
perspectiva que depende de los intereses momentáneos o de las tendencias permanentes del sujeto. Al<br />
hablar de esta parte, involuntariamente utilizamos señaladotes lingüísticos para distinguirla de las<br />
demás, usamos “aquí”, “eso”, “ahora”, “mío”, o “yo”, y al resto les damos la posición de “allá”,<br />
“entonces”, “aquello”, “suyo”, “otro”, “no yo”. Pero un “aquí” puede volverse un “allá”, un “allá”<br />
pasar a ser “aquí” y lo que era “mío” y “no mío” intercambiarse.<br />
Provoca estos cambios la alteración de la excitación emocional: lo que ayer parecía cálido y<br />
vital, mañana es frío. Es como si mirásemos el resto desde las partes cálidas del campo y de aquí<br />
surgiese el deseo personal y la volición; bien entendido, constituyen los centros de nuestra energía<br />
dinámica, mientras que las partes frías nos dejan indiferentes y pasivos proporcionalmente a su<br />
frialdad.<br />
De momento, la cuestión sobre si este lenguaje es rigurosamente exacto, no tiene importancia;<br />
será bastante exacto si reconocéis por propia experiencia los hechos que intento designar con él.<br />
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