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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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y la organización social. Después de un par de generaciones, el clima mental se muestra poco favorable<br />

para las nociones de deidad que, en una fecha anterior, eran perfectamente satisfactorias; los viejos<br />

dioses han caído por debajo del nivel secular y ya no se puede creer en ellos. Hoy en día, una deidad<br />

que necesitase sangrientos sacrificios para apaciguarse, sería demasiado cruel para ser tomada en serio.<br />

Aun cuando se adujesen poderosas credenciales históricas a su favor, no las consideraríamos. Por el<br />

contrario, hubo un tiempo en que sus apetitos crueles fueron credenciales suficientes. Se recomendaba<br />

positivamente a la imaginación de los hombres en épocas en las cuales estos rudos signos de poder eran<br />

respetables y no se podían entender otros. Estas deidades eran entonces adoradas porque agradaban<br />

tales frutos.<br />

Los accidentes históricos, sin duda alguna, han jugado siempre un papel posterior, pero el factor<br />

original que fijaba la figura de los dioses debe haber sido siempre psicológico. La deidad a quien<br />

testimoniaban los profetas, visionarios y devotos que fundaron el culto particular, era algo valioso para<br />

ellos personalmente. Guiaba su imaginación, garantizaba sus esperanzas y controlaba su voluntad - y<br />

asimismo la requerían como salvaguarda contra el demonio o como freno para los crímenes de otras<br />

personas. En cualquier caso la preferían por el valor de los frutos que les parecía que producía. Tan<br />

pronto como los frutos comenzaron a carecer de valor, tan pronto como entraron en pugna con ideales<br />

humanos indispensables o estorbaron otros valores de forma demasiado ostentosa, tan pronto como<br />

parecieron infantiles, desdeñables o inmorales cuando se reflexionaba sobre ellos, la deidad empezó a<br />

desacreditarse y a partir de aquel momento fue dejada de lado y olvidada. Es así cómo los paganos<br />

cultos dejaron de creer en los dioses griegos y romanos, es así cómo nosotros juzgamos las teologías de<br />

los hindúes, los budistas y los musulmanes. Así han tratado los protestantes las nociones católicas de<br />

deidad, y los protestantes liberales han hecho lo mismo con nociones protestantes más antiguas; así nos<br />

juzgan los chinos y así nos juzgarán a todos los que ahora vivimos nuestros descendientes. Cuando<br />

dejamos de admirar o aprobar lo que implica la definición de una deidad, acabamos pensando que esta<br />

deidad es inconcebible.<br />

Pocos cambios históricos hay más curiosos que estas mutaciones de opinión teológica. El<br />

sistema de soberanía monárquica, por ejemplo, estaba inculcado de forma tan indeleble en la mente de<br />

nuestros antepasados que parece positivamente que su imaginación requería cierta dosis de crueldad y<br />

de arbitrariedad en su deidad. Llamaban a la crueldad «justicia retributiva», y un Dios que no la tuviese<br />

les habría parecido poco «soberano». Sin embargo, hoy detestamos la sola noción de sufrimiento<br />

infligido eternamente, y esta distribución arbitraria de la salvación y la condenación por individuos<br />

elegidos, de la que Jonathan Edwards, podía persuadirse que tenía no sólo la convicción, sino una<br />

«convicción fascinante» de una doctrina «sobremanera agradable, brillante y suave», nos parece, si<br />

soberanamente es algo, soberanamente irracional y vil. No sólo la crueldad, sino también la mezquindad<br />

de los dioses en quienes se creía en siglos pasados sorprende a los siglos posteriores. Veremos<br />

ejemplos procedentes de los anales del santoral católico que asombrarán a nuestra mirada protestante.<br />

El culto ritual en general se presenta a los transcendentalitas modernos, así como al espíritu<br />

ultrapuritano, como dirigido a una deidad de carácter casi absurdamente infantil que disfruta con<br />

aderezos de guardarropías, cirios, oropeles, disfraces, susurros y mascaradas, y que encuentra su<br />

«gloria» incomprensiblemente realzada de esta manera. Igual como, por otra parte, el infinito sin forma<br />

del panteísmo parece vacío a las naturalezas ritualistas, y el teísmo severo de las sectas evangélicas<br />

parece intolerablemente baldío, seco, frío. Lutero, afirma Emerson, habría cortado la mano derecha<br />

antes de colgar sus tesis esa II puerta en Wittenberg si hubiese imaginado que estaban destinadas a<br />

conducir a las pálidas negaciones del unitarismo bostoniano.<br />

En consecuencia, aunque estamos obligados, sean cuales sean nuestras pretensiones empiristas,<br />

a usar algún tipo de criterio personal de probabilidad teológica si queremos apreciar los frutos dc la<br />

religión de otros hombres, sin embargo este criterio lo hemos tomado de la corriente de la vida común.<br />

Es la voz de la experiencia humana dentro de nosotros la que juzga y condena a todos los dioses que se<br />

sitúan a lo largo del camino en el que se cree avanzan. La experiencia, si la tomamos en su sentido más<br />

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