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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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Diré algo todavía al respecto, por temor a que malinterpretéis el propósito último de mi<br />

explicación de la significación de lo repentino en la actividad subliminal. Creo realmente que si el<br />

individuo no está sujeto a esta actividad subconsciente, o si su campo consciente presenta una corteza<br />

de piel dura que resiste las incursiones del más allá, su conversión será gradual, cuando se produce, y<br />

parecerá un crecimiento normal hacia nuevos hábitos experimentales. La posesión de un yo subliminal<br />

desarrollado y un margen permeable es conditio sine qua non para que el individuo se convierta de<br />

manera instantánea. Pero si vosotros, cristianos ortodoxos, me preguntáis como psicólogo si la<br />

referencia de un fenómeno a un yo subliminal no excluye la noción de la presencia directa de la idea,<br />

he de decir francamente que, como psicólogo, repito, no veo por qué habría de hacerlo necesariamente.<br />

Las manifestaciones inferiores de lo subliminal pertenecen a los recursos del individuo particular; su<br />

material sensitivo, tomado inadvertidamente, recordado y combinado subconscientemente explicará<br />

todos sus automatismos usuales. Pero así como nuestra conciencia primaria totalmente despierta<br />

empuja nuestros sentidos al tacto de las cosas materiales, es lógicamente concebible que si hubiera<br />

acciones espirituales superiores que los pudieran impresionar directamente, la condición psicológica de<br />

su acción habría de ser, así, nuestra posesión de una conciencia subliminal que sólo tuviese acceso a<br />

ellos. El tráfago de la vida despierta puede cerrar una puerta que en lo subliminal adormecido puede<br />

permanecer abierta o entreabierta.<br />

De esta forma, la percepción del control externo, que constituye un aspecto tan esencial en la<br />

conversión, ha de ser interpretada, particularmente en algunos casos, como lo hacen los ortodoxos:<br />

fuerzas que transcienden al individuo finito y le pueden impresionar, con la condición de que se trate de<br />

lo que denominamos un espécimen humano subliminal. Pero, de cualquier forma, el valor de estas<br />

fuerzas habría de quedar determinado por sus efectos, y el solo hecho de su trascendencia no<br />

establecería presunción alguna de que sean más divinos que diabólicos.<br />

Confieso que es así como habría de dejar el tema hasta que en otra conferencia vuelva a insistir<br />

sobre ello, y en la que espero podré resumir de nuevo todos los hilos dispersos en una conclusión<br />

mucho más definida. La noción de un yo subconsciente no tendría, en este punto de la investigación,<br />

que ser defendida para excluir cualquier noción de una intervención superior. Si existen poderes<br />

superiores capaces de impresionarnos, sólo tendrán acceso a nosotros a través de una puerta subliminal.<br />

[Véanse Las conclusiones, W. J.]<br />

Pasamos ahora a los sentimientos que colman inmediatamente el momento de la experiencia de<br />

la conversión. Debemos señalar en primer lugar el sentido de control superior que no está siempre<br />

presente pero sí con frecuencia. Veíamos ejemplos en Alline, Bradley, Brainard y en otros autores. La<br />

necesidad de esta acción superior de control queda bien expresada en la corta conferencia que el<br />

eminente protestante francés Adolphe Monod hace de la crisis de su propia conversión. Fue en<br />

Nápoles, en los primeros años de madurez, y en el verano de 1827.<br />

«Mi tristeza – dice - no tenía límite y me había poseído completamente; llenaba mi vida desde<br />

los actos externos más indiferentes hasta los pensamientos más secretos, y corrompía mis sentimientos<br />

en su raíz, como también mi juicio y mi felicidad. Fue entonces cuando me di cuenta de que esperar<br />

que tal desorden acabase por medio de mi razón y mi voluntad, también enfermas, sería actuar como un<br />

hombre ciego que intenta corregir uno de sus ojos con la ayuda del otro también ciego. No tuve otro recurso<br />

que alguna influencia externa. Recordé la promesa del Espíritu Santo, de la que nunca me había<br />

dado cuenta por las declaraciones positivas del Evangelio; por último aprendí por necesidad y creí por<br />

primera vez en mi vida en esta promesa, en el único sentido que respondía a las necesidades de mi<br />

alma, es decir, en el de una acción externa sobrenatural capaz tanto de darme como de quitarme<br />

pensamientos y ejercida por un Dios tan dueño de mi corazón como del resto de la naturaleza.<br />

Renunciando a todo mérito, toda fuerza, abandonando todos los recursos personales y no reconociendo<br />

ningún otro título a su misericordia que mi miseria absoluta, fui a casa y me arrodillé y recé como<br />

nunca lo he hecho en mi vida. A partir de este día comenzó una nueva vida interior, la melancolía no<br />

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