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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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no Sólo nos consuela de la esterilidad y la prosa que generalmente predominan, sino que incluso<br />

cuando hemos de confesar que es un inadaptado, consigue algunos incondicionales y el ambiente<br />

mejora por su ministerio. Es un fermento eficaz de la bondad, un lento transmutador de las cosas<br />

terrenas en un orden más celestial.<br />

En este sentido los sueños utópicos de justicia social que abrigan muchos socialistas y<br />

anarquistas contemporáneos son, a pesar de su impracticabilidad y su inadaptación práctica a las<br />

condiciones actuales del medio, análogos a la creencia del santo en la existencia de un reino celestial.<br />

Ayudan a romper el límite del predominio de la violencia y son el fermento de un orden mejor.<br />

El siguiente tema, según el orden establecido, es el ascetismo que, supongo, estaréis todos<br />

dispuestos a considerar sin discusión como una virtud que tiende asimismo a la extravagancia y el<br />

exceso. El optimismo y el refinamiento de la imaginación moderna, como ya he dicho en algún otro<br />

lugar, han transformado la actitud de la Iglesia hacia la mortificación corporal y, hoy en día, un beato<br />

Suso o un san Pedro de Alcántara, 18 se nos presentan más bien como trágicos saltimbanquis que como<br />

hombres sensatos que nos inspiren respeto. Si las disposiciones internas son correctas, nos preguntamos<br />

¿qué necesidad hay de todo este tormento, de semejante violación de la naturaleza externa? Concede<br />

demasiada importancia a la naturaleza exterior. Cualquiera que esté genuinamente emancipado de la<br />

miembros, lleno del deseo encendido de cristo, envió un mensaje a un jefe del interior diciendo que el domingo, u y cuatro<br />

acompañantes irían para enseñarle la palabra de Jehová. La respuesta prohibía duramente su visita y amenazaba de muerte a<br />

cualquier cristiano que se acercase al poblado. Nuestro superior envió una respuesta llena de afecto, diciéndoles que Jehová<br />

había enseñado a los cristianos que devolviesen bien por mal y que -irían sin armas a contarles la historia de cómo el Hijo<br />

de Dios vino al mundo y murió para bendecir y salvar a sus enemigos. El jefe pagano devolvió una réplica dura y rápida: "Si<br />

venís, os mataremos." El domingo por la mañana, el elegido y sus cuatro compañeros encontraron, fuera del pueblo, al jefe<br />

pagano que les volvió a increpar y amenazar. Pero el primero dijo:<br />

»”¡Venimos sin armas de guerra Sólo venimos a hablar de Jesús. Creemos que Él nos protegerá."<br />

»Mientras iban caminando hacia el poblado, comenzaron a tirarles lanzas. Algunos las esquivaron; todos eran<br />

guerreros hábiles excepto uno. Otros las cazaron literalmente con las manos desnudas y las desviaron de manera Increíble.<br />

Los paganos, que parecían estupefactos ante estos hombres que se les acercaban sin armas de guerra y sin tan siquiera<br />

devolver las lanzas que habían cogido, después de lo que el viejo jefe llamó "una lluvia de lanzas", desistieron desconcertados.<br />

Nuestro superior cristiano, mientras él y sus compañeros se colocaban en medio del poblado, gritó:<br />

»”Jehová nos protege así. Nos ha dado todas vuestras lanzas. En Otro tiempo las habríamos vuelto contra vosotros<br />

y os habríamos matado. Pero no venimos ahora a luchar sino a hablar sobre Jesús. sí ha cambiado nuestros negros corazones.<br />

Ahora os pide que dejéis todas estas armas de guerra y que escuchéis lo que Os hemos de decir del amor de Dios,<br />

nuestro gran Padre, el único Dios viviente."<br />

»Los paganos estaban totalmente intimidados. Consideraban a estos cristianos protegidos por alguien invisible. Por<br />

primera vez escucharon la historia del Evangelio y de la Cruz, y quizá no haya ninguna isla en estos mares del Sur, de entre<br />

las que han sido ganadas para Cristo, donde no puedan relatarse actos de heroísmo similares por parte dc los conversos."<br />

John G. PATON, Missionary fo the New Hebrides, An autobiography, segunda parte, Londres, 1890, p. 243.<br />

18 Santa Teresa nos dice en su autobiografía (traducción francesa, p. 333): «San Pedro había pasado casi cuarenta años sin<br />

dormir más de una hora y media al día. De todas sus mortificaciones, ésta era la que más le costaba. Para conseguirlo,<br />

siempre permanecía arrodillado o de pie. El poco sueño que se permitía lo cogía en la posición de sentado, con la cabeza<br />

reclinada en un trozo de madera clavada en la pared. Si hubiese querido tumbarse le habría sido imposible, ya que su<br />

habitación medía cuatro pies y medio de largo. Durante todos estos años nunca se puso la capucha, sin importarle ni el ardor<br />

del sol ni la fuerza de la lluvia. Nunca se puso un zapato. Llevaba un vestido de basta arpillera, sin nada más sobre la piel.<br />

Este vestido era tan ceñido como fuera posible y crema llevaba un capa pequeña del mismo material. Cuando hacía mucho<br />

frío se quitaba la capa y abría la puerta y la ventana de la celda. Después las cerraba y volvía a tomar el manto. Era su<br />

manera de calentarse y hacer que su cuerpo alcanzase una temperatura mejor. Era frecuente que sólo comiese una vez cada<br />

tres días, y cuando le expresé mi sorpresa dijo que era muy fácil una vez se ha adquirido la costumbre. Uno de sus<br />

compañeros me aseguró que algunas veces había estado ocho días sin comer [...]. Su pobreza era extrema y su<br />

mortificación, incluso de joven, era tal que me confesó que habla pasado tres años en una de las casas de su orden sin<br />

conocer a ninguno de los otros monjes; sólo los conocía por el sonido de sus voces, ya que nunca levantó los ojos, y<br />

encontraba su camino siguiendo a los otros. Mostró la misma modestia en los lugares públicos. Pasó muchos años sin mirar<br />

a una mujer, pero me confesó que, dada la edad que tenía, ya le era indiferente mirarlas o no. Cuando lo conocí era muy<br />

viejo y su cuerpo estaba tan extenuado que parecía estar formado de algo así como raíces de árboles. Con toda su santidad,<br />

era muy afable. Nunca hablaba »l no se le preguntaba. pero su rectitud intelectual y su gracia daban un encanto irresistible a<br />

sus palabras.» [Traducción literal, que no -coincide con el original castellano de la santa.]<br />

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