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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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estrechamente- es un sirviente mejor que aquel otro conocedor de la misma aunque sea en profundidad.<br />

El conocimiento de la vida es una cosa, la ocupación efectiva de un lugar en la misma, con sus<br />

corrientes dinámicas discurriendo por vuestro ser, es otra.<br />

Por esta razón la ciencia de las religiones puede no ser un equivalente de la religión vivida, y si<br />

pasamos a las dificultades internas de esa ciencia veremos que llega un momento en que debemos<br />

abandonar toda actitud teórica o bien respetar sus relaciones tal como aparecen, o mejor dejar que sea<br />

la fe la que las disuelva. Para analizar este problema supongamos que tenemos constituida, de hecho,<br />

nuestra ciencia de las religiones; supongamos que ha asimilado todo el material histórico necesario y ha<br />

desechado esencialmente las mismas conclusiones que hace un momento he resumido. Supongamos<br />

que concedemos que la religión, en la medida en que se trata de algo activo, implica la creencia en<br />

presencias ideales y que mediante nuestra comunión -a través de la plegaria- con ellas 4 se realiza el fin<br />

perseguido. Entonces ha de ejercer su actividad crítica y decidir hasta qué punto, a la luz de otras<br />

ciencias y de la filosofía general, tales creencias pueden considerarse verdaderas.<br />

Decidir esto dogmáticamente es imposible, porque no sólo las restantes ciencias y la filosofía<br />

están lejos de ser completas, sino porque actualmente las encontramos saturadas de conflictos. Las<br />

ciencias de la naturaleza desconocen por entero las presencias espirituales, y en conjunto no mantienen<br />

ningún tipo de intercambio con concepciones idealistas hacia las que, sin embargo, se indina la<br />

filosofía general. El presunto científico es, al menos durante sus horas qua científico, tan materialista<br />

que podemos decir que en conjunto la influencia de la ciencia arremete contra la opinión de que la<br />

religión debería ser reconocida. Y tal antipatía hacia la religión encuentra eco en la propia ciencia de<br />

las religiones; quien cultiva esta ciencia se encuentra familiarizado con tantas supersticiones viles y<br />

horribles que la presunción de que cualquier creencia que sea religiosa es probablemente falsa surge<br />

con gran facilidad. En la «comunión de plegaria» de los salvajes con deidades fetichistas nos es difícil<br />

observar qué genuina obra espiritual- a pesar de que sería una obra relativa sólo a sus oscuras obligaciones<br />

primitivas- puede ser realizada.<br />

La consecuencia es que unas conclusiones de la ciencia de las religiones tanto pueden tender a<br />

ser adversas como favorables a la afirmación de que la esencia de la religión es verdadera. Existe una<br />

noción gravitando sobre nosotros que afirma que probablemente la religión consiste en un<br />

anacronismo; un caso de «supervivencia», un recaída atávica en un modo de pensamiento que la<br />

humanidad, en sus ejemplos más señeros, ha superado, y nuestros actuales antropólogos hacen bien<br />

poco por contrarrestar esta teoría.<br />

Esta opinión se encuentra tan extendida actualmente que debo considerarla explícitamente antes<br />

de pasar a mis conclusiones. La denominaremos «teoría de la supervivencia», para ser breves.<br />

El centro alrededor del cual la vida religiosa, tal como la hemos considerado, se mueve es el<br />

interés del individuo por su destino personal y privado. Resumiendo, pues, la religión es un momento o<br />

capítulo en la historia del egoísmo humano; los dioses en los que se cree -tanto por los primitivos como<br />

por los hombres intelectualmente disciplinados- tienen en común reconocer la llamada personal; el<br />

pensamiento religioso se realiza en términos de personalidad, siendo esto para el mundo de la religión<br />

el hecho único y fundamental. Actualmente, como en cualquier tiempo anterior, el individuo religioso<br />

exige que la divinidad se reúna con él a partir de sus intereses personales.<br />

Por otra parte, la ciencia ha acabado repudiando por completo el punto de vista personal.<br />

Cataloga sus elementos y registra sus leyes con indiferencia absoluta hacia lo que pueda ser demostrado<br />

y construye sus teorías sin importarle demasiado si están o no relacionadas con las preocupaciones<br />

humanas. A pesar de que el científico puede profesar una religión y ser teísta en sus horas ociosas, han<br />

pasado ya los días en los que se podía afirmar que para la ciencia «los cielos manifiestan la gloria de<br />

Dios y el firmamento muestra su obra». Nuestro sistema solar, con sus armonías, es visto ahora como<br />

un caso accidental de un tipo determinado de equilibrio en el movimiento celeste, alcanzado median-te<br />

un azar local en la espantosa soledad de mundos donde no puede existir la vida. En un espacio de<br />

4 «De plegaria» en el sentido más amplio explicado en las páginas anteriores.<br />

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