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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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»Siguió con este ejercicio terrible durante siete años. Al final, cuando su sangre se había<br />

enfriado y el fuego de su temperamento destruido, se le apareció una visión; un domingo de<br />

Pentecostés, un mensajero del cielo le dijo que el Señor ya no le pedía ese suplicio. Con lo que<br />

abandonó esta práctica y lanzó todos los objetos a un torrente.»<br />

Suso explica cómo, para emular las penas del Señor crucificado, se hizo una cruz con treinta<br />

agujas y clavos de hierro puntiagudos, la llevó sobre la espalda desnuda día y noche. «La primera vez<br />

que se puso la cruz en la espalda su cuerpo se estremeció de terror y despuntó los afilados clavos contra<br />

una piedra. Pero en cuanto se arrepintió de su cobardía femenina, los afiló de nuevo con una lima y se<br />

volvió a poner sobre la espalda la cruz, haciendo que ésta le sangrara y supurara. Cuando se sentaba o<br />

agachaba parecía que tuviese una piel de erizo encima y apenas alguien le tocaba sin querer o palpaba<br />

sus ropas se desgarraba.»<br />

A renglón seguido, Suso habla de las penitencias que se imponía tocando la cruz o clavándose<br />

los finos clavos más todavía en la carne, y explica también las flagelaciones, una historia verdaderamente<br />

pavorosa; continúa después así: «Durante el mismo tiempo, el Servidor se procuró una<br />

puerta vieja, inservible, y por la noche se acostaba sin ropa de cama que la hiciese confortable; se<br />

quitaba los zapatos y se envolvía en un abrigo recio. Tenía una almohada miserable, ya que se ponía<br />

tallos de guisantes bajo la cabeza; la cruz con los clavos enganchada a la espalda, los brazos vendados,<br />

la ropa interior de pelo de caballo encima, el abrigo demasiado pesado y la puerta demasiado dura. Así<br />

dormía, miserablemente, y ofrecía más de un llanto al Señor. En el invierno sufría mucho con las<br />

heladas, si estiraba los pies tocaban el suelo desnudo y se helaban; silos encogía, la sangre se le<br />

encendía en las piernas y le hacía sufrir grandemente. Tenía los pies completamente llagados, las<br />

piernas hidrópicas, las rodillas sangraban y supuraban, la espalda cubierta de las cicatrices de la ropa<br />

interior, su cuerpo devastado, la boca reseca por la sed y sus manos temblorosas por la fiebre. Pasaba<br />

días y noches en medio de estos tormentos y los resistía por la grandeza del amor de su corazón hacia la<br />

Sabiduría Divina y Eterna, nuestro Señor Jesucristo, del que quería imitar sus sacrificios. Al cabo de un<br />

tiempo abandonó la penitencia de la puerta y en su lugar ocupó una celda muy pequeña usando el<br />

banco, demasiado estrecho y corto, para acostar-se como si fuera una cama. Así durmió, en este agujero<br />

o en la puerta descrita durante ocho años. Tuvo también la costumbre durante los veinticinco años que<br />

estuvo en el convento de no ir nunca a una habitación caliente después de completas, o a la cocina del<br />

convento para calentarse hiciese el frío que hiciese, a menos que estuviese obligado por otras razones.<br />

Nunca, durante estos años, se bañó; ni siquiera un solo baño de agua o de vapor, y lo hacía para<br />

mortificar el cuerpo, que buscaba comodidades. Durante mucho tiempo practicó una pobreza tan rígida<br />

que no recibía ni tocaba un céntimo, ni con permiso ni sin él. Durante un tiempo considerable intentó<br />

conseguir un grado de pureza tan elevado que no se rascaba ni tocaba parte alguna de su cuerpo<br />

excepto las manos y los pies.» 42<br />

Os ahorro el relato de las torturas que se autoinflingía el pobre Suso con la sed. Bueno es saber que<br />

después de mortificarse cuarenta años, el Señor le dio a entender, mediante una serie de visiones, que<br />

ya había estropeado bastante al hombre natural y que debía abandonar los ejercicios. Su caso es<br />

claramente patológico, pero no parece que haya tenido el distanciamiento que disfrutaron algunos<br />

ascetas ni la alteración de la sensibilidad capaz de transformar el tormento en un tipo de placer<br />

perverso. ejemplo, leyendo a la fundadora del orden Sagrado Corazón:<br />

«Su amor por el dolor y el sufrimiento era insaciable [...]. Decía que podía vivir alegremente<br />

hasta el día del juicio, siempre que tuviese materia para sufrir por Dios, pero que vivir un solo día sin<br />

sufrimiento seria intolerable. Decía también que se sentía devorada por dos fiebres que no se podían<br />

42 The Life of the Blessed Henry Suso, escrita por él mismo, traducida por T.F. Knox, Londres, 1865, pp. 56-80, versión<br />

resumida.<br />

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