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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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“Al principio, mi corazón comenzó a latir muy de prisa, así de repente, lo que me hizo pensar<br />

que enfermaría, y me alarmé porque no me dolía. Los latidos del corazón aumentaron y pronto me<br />

persuadí de que era el Espíritu Santo por el efecto que me producía. Comencé a sentir una alegría<br />

desbordante y humilde a la paz, sentimiento de indignidad que no había sentido nunca. No pude evitar<br />

hablar en voz alta y decir: “Señor, no merezco esta felicidad”, o algo parecido, mientras una corriente<br />

(que dada la sensación de parecerse al aire) me llenaba la boca y el corazón de manera más perceptible<br />

que cualquier bebida y que continuó, según creo, durante cinco minutos o más, pareciendo ser la causa<br />

de mi felicidad y del latir de mi corazón. Tomé posesión completa de mi alma y estoy seguro de haber<br />

deseado que el Señor no me diese mayor felicidad, ya que parecía no poder contener la que poseía.<br />

Parecía que el corazón me fuese a explotar, pero continuó latiendo hasta que sentí que estaba<br />

completamente lleno del amor y la gracia de Dios.<br />

“Mientras sucedió esto, en mi cabeza se debatía un solo pensamiento, ¿qué podría significar?, y<br />

a continuación, como respuesta, mi memoria volvióse completamente clara y me pareció que tenía el<br />

Nuevo Testamento abierto ante mí, el capítulo octavo de los Romanos, y tan iluminado como si<br />

sujetase una vela, para que pudiese leer los versículos 26 y 27 del capítulo citado, leí: “El Espíritu<br />

comparte nuestra flaqueza con suspiros inefables”. Todo el tiempo que mi corazón latió, me forzó a<br />

gritar como una persona angustiada a la que no era fácil parar, aunque no sentía dolor alguno; mi<br />

hermano, que dormía en otra habitación, vino, abrió la puerta y me preguntó si me encontraba mal. Le<br />

dije que no, que volviera a dormirse. Intenté parar; no deseaba dormirme por miedo a perder aquella<br />

felicidad, pensaba en mi interior:<br />

“Mi alma, anhelante, permanecería en un lugar como éste”.<br />

“Después de que el corazón se calmase, y sintiendo mi alma llena del Espíritu Santo, pensé que<br />

probablemente había ángeles rondando mi cama. Me dieron ganas de hablar con ellos y al final<br />

exclamé: “¡Oh, vosotros, ángeles bondadosos!, ¿cómo podéis interesaros tanto por nuestro bienestar si<br />

nosotros nos interesamos tan poco?” Después me dormí con dificultad. El primer pensamiento de la<br />

mañana fue: “¿Qué se ha hecho de mi felicidad?”, y al sentir algo en el corazón supliqué de nuevo y se<br />

me dio con la rapidez del pensamiento. A continuación me vestí y, con gran sorpresa, descubrí que casi<br />

no me tenía en pie. Parecía que hubiese algo del cielo en la tierra; mi alma estaba tan por encima de los<br />

temores de la muerte como yo del sueño; como un pájaro enjaulado deseé, si Dios quería, liberarme de<br />

mi cuerpo y habitar con Cristo; pero también deseaba vivir para hacer el bien y pedir a los pecadores<br />

que se arrepintieran. Bajé sintiéndome tan solemne como si hubiese perdido todos los amigos y<br />

pensando que no lo daría a conocer a mis padres hasta que hubiese comprobado el Testamento. Me<br />

dirigí al anaquel y miré el capítulo ocho de la Epístola a los Romanos; cada versículo parecía hablar y<br />

confirmar que era la Palabra de Dios, y que mis sentimientos correspondían al significado de la<br />

Palabra. Entonces se lo conté a mis padres, y me pareció que no entendían cuando les hablaba, que no<br />

era mi voz, ya que así me sonaba a mí. Mi discurso parecía dirigido por el Espíritu que habitaba en mí;<br />

no quiero decir que las palabras no fuesen mías ya que lo eran, sino que pensaba estar iluminado como<br />

los Apóstoles el día de Pentecostés (con la excepción de no poseer el poder de darlo a otros y hacer lo<br />

que hicieron). Después del desayuno, salí a hablar con mis vecinos sobre religión - cosa que antes no<br />

hubiese hecho ni a sueldo - y si me lo solicitaban rezaba con ellos, aunque nunca lo había hecho en<br />

público.<br />

“Ahora me siento como si hubiese cumplido con mi deber de decir la verdad y espero, por la<br />

bendición de Dios, hacer algún bien a cualquier hombre que lo lea. Él ha cumplido la promesa de<br />

enviar el Espíritu Santo a nuestros corazones, al menos al mío, y ahora desafió a todos los deístas y<br />

ateos del mundo a zarandear mi fe en Cristo”.<br />

Todo esto sobre mister Bradley y su conversión; no sabemos nada del efecto de todo ello en su<br />

vida posterior. Ahora, por un momento, examinaremos los elementos constitutivos del proceso de<br />

conversión.<br />

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