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LAS VARIEDADES DE LA EXPERIENCIA RELIGIOSA

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«Algunos de mis amigos lloraban amargamente al enterarse, pero mi estado de resignación y<br />

sumisión era tal que no consiguieron hacerme llorar [...]. Entonces se dio en mí, como ahora, una<br />

despreocupación tan absoluta de mí misma que ninguno de mis intereses me proporcionó dolor o<br />

placer, siempre quise para mí la voluntad de Dios.» En otro lugar escribe: «Todos nosotros estuvimos a<br />

punto de morir en un río que debíamos atravesar. El carruaje se hundió en las arenas movedizas y los<br />

que estaban con nosotros se lanzaron fuera con un miedo terrible. Sin embargo, me di cuenta de que<br />

mis pensamientos se encontraban tan llenos de Dios que no tenía sensación clara de peligro. Es cierto<br />

que la idea de ahogarme me pasó por la cabeza, pero sólo tuve una sensación o pensamiento<br />

dominantes: me sentía fuerte y contenta y deseaba que sucediese lo peor si era lo que el Padre del Cielo<br />

me había reservado.» Al navegar de Niza a Génova una tempestad la retuvo once días en el mar, y<br />

escribe: «Mientras las enfurecidas oías rompían a nuestro alrededor no pude evitar sentirme un poco<br />

satisfecha; me complacía pensando que aquellas turbulentas olas, bajo el mandato de Aquel que todo lo<br />

hace bien, serían mi tumba. Probablemente fui demasiado lejos en el placer que me proporcionaba<br />

verme batida por el oleaje. Los que estaban conmigo se dieron cuenta de mi intrepidez.» 29<br />

El menosprecio del peligro que produce el entusiasmo religioso todavía puede ser más grande.<br />

Tomo un ejemplo de la reciente y fascinante autobiografía de Frank Bullen, Wish Christ at Sea. Un par<br />

de días después de convertirse a bordo de un barco, nos ofrece el siguiente relato:<br />

«Soplaban los vientos con dureza y se forzaban las velas para dirigirnos hacia el norte y<br />

alejarnos del mal tiempo. Poco después de las cuatro, arriamos el foque volador y de un salto me<br />

encaramé en el botalón, pierna aquí, pierna allá, para recogerlo. Me encontraba sentado allí cuando<br />

súbitamente cedió y yo con él. La vela se deslizó de mis dedos y caí hacia atrás, cabeza abajo sobre el<br />

hervidero tumulto de brillante espuma bajo la proa del barco, para quedar colgando de un pie. Sin<br />

embargo, sólo sentí una gran alegría en la seguridad de la vida eterna; a pesar de separarme de la<br />

muerte la anchura de un cabello y de que no estaba plenamente consciente, sólo experimenté una<br />

sensación gozosa. Supongo que estuve allí colgado durante cinco segundos, pero en este tiempo viví<br />

toda una eternidad de felicidad. Mi cuerpo se tensó y, haciendo un esfuerzo gimnástico desesperado,<br />

volví al botalón. No sé cómo pude plegar la vela, pero entoné en el tono más elevado de mí voz<br />

plegarias a] Señor, que se oyeron en toda la extensión oscura de las aguas.» 30<br />

Los martirologios son, naturalmente, un terreno fértil del triunfo de la imperturbabilidad<br />

religiosa; dejadme citar, como ejemplo, lo que dice una humilde hugonote, perseguida durante el reinado<br />

de Luis XIV:<br />

«Cerraron todas las puertas -dice Blanche Gamond- y vi a seis mujeres con un manojo de ramas de<br />

mimbre tan gruesas como podían abarcar sus manos y de un metro de longitud. Me ordenaron:<br />

"Desnúdate", y lo hice. Añadieron: "Te has olvidado la camisa, debes quitártela." Tenían tan poca<br />

paciencia que me la quitaron ellos y quedé desnuda hasta la cintura. Trajeron una cuerda y me ataron a<br />

una viga de la cocina, la tensaron con toda su rabia y me preguntaron: "¿Te hace daño?" Y entonces<br />

descargaron su furia sobre mí exclamando mientras me pegaban: "Reza ahora a tu Dios." Era Roulette<br />

quien hablaba así, pero en aquel momento recibí el consuelo más grande que nunca pude recibir, ya que<br />

tuve el honor de ser azotada en el nombre de Cristo, y más aún, de ser coronada con su misericordia y<br />

sus consuelos, ¿Por qué no es posible describir los consuelos y la paz inconcebible que sentí<br />

interiormente? Para entenderlos debería haberse pasado por la misma prueba y eran de tal calidad que<br />

29 De Life and Religioos Experiencies of Madarne de la Moihe Guyon, de Thomas C. UPHAM, Nueva York, 1877, II, p.<br />

48; I, pp. 141, 143, resumido.<br />

30 Op. cit. p. 130.<br />

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